El Cronista de la Sed

Reyes

1-02-2018 / El Cronista de la Sed, Lecturas
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La ausencia de hierba en una mañana indeleble de la infancia como ingratitud fundante de una persistencia: la de irse al pasto cada día. El desengaño y la fragilidad de las banquinas por venir. Todo en este relato.


Reyes

Por Fer Vélez.

Las ilusiones se basan en la inocencia. Los adultos nos empecinamos en crear y mantener las ilusiones en los niños. ¿Para qué? ¿Cuál es el motivo de avivar esa llama?

Nací en una familia atea. Mis padres renegaron y reniegan de la Navidad, Los Reyes Magos e incluso del día del niño. Sin embargo intentan festejar la Navidad, estar en familia, pero como no podía ser de otra manera, festejarlo en su casa es como convivir con el Grinch. Es la antinavidad.

Su oposición a esas fechas no es por su origen religioso. Es por el consumo que desata en todos nosotros, eso dicen.
Recuerdo un día de reyes cuando tenía 8 años. Yo quería creer con todas mis ganas, sobre todo porque había pedido una bici, cosa que nunca había tenido.

Una bicicleta en ese entonces no era como ahora. Antes existía la meritocracia. O te portabas bien y alguien de la familia vendía un órgano para poder comprarla o habías nacido en una familia con dinero. Las 12 cuotas sin interés no existían.

Ahí estaba yo, esa noche de reyes, con mi hermano. Esperamos en la ventana mirando el pasto, el agua y las sombras entre las plantas para ver aunque sea el flequillo de un camello. Nada de nada. Nos ganó el sueño y fuimos a la cama.

A la mañana siguiente nos levantamos de un salto para ver el antepecho de la ventana dónde habíamos dejado los zapatos. No había nada, ni un chupetín.

«No pasaron» le dije completamente amargado a mi hermano. «Sí pasaron» me contestó. Lo miré incrédulo, entonces me señaló las pruebas: el plato con agua vacío y el plato con pasto fresco también. «Vinieron, comieron, bebieron y se fueron a dejar regalos a otra parte» dijo.

No me olvido más de los Reyes.