Crónica transgeneracional

Una historia de la Trashumante

11-04-2016 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
Etiquetas: , , , , , ,

El viernes 8 de abril, miles de seguidores renovaron la mística del tradicional encuentro con Raly Barrionuevo y sus invitados. Esta vez, la lista incluyó a Wongai, Ramiro González, Juan Quintero, Amparo Sánchez y el Duende Garnica. Entre tanta música, un relato chiquito.


Una historia de la Trashumante

Por | redaccion351@gmail.com

Fotos: Mar Sánchez Rial

Tenían toda la pinta de no pasar los 20, 25 años… Estatura media, más bien tirando a media petisa… De la consola de sonido, un par de metros a la izquierda, ahí donde estaban las sillas.

Cuando Ramiro González subió al escenario, se cantaron todos los temas, especialmente «Estoy donde debo estar». Y fue así: se cantaron. Porque mientras seguían los ritmos con un vaivén de muslos y hombros, se miraban como leyendo las letras en los ojos enamorados que a pocos centímetros devolvían un reflejo envidiable de tan hermoso.

 

Sin saberlo, Juan Quintero les dio un abrazo. Había que ver cómo se miraban y cómo hicieron puntitas de pie y levantaron la cabeza cuando el griterío saludó al Raly, que saludó a Juan, que tenía una sonrisa del ancho de Atenas, que antes de la una de la mañana ya estaba otra vez hasta las manos, que volvieron a revolotear las dos canchas de basquet del estadio con la «Chacarera del 55», que cantada a dúo por Quintero y Barrionuevo da para anexar la cancha de volley del fondo, o una de fútbol, que Atenas no tiene porque menos fútbol que Atenas. No es mala esa algún plateísta nervioso: «¡Dale Juárez! ¡Tenés menos fútbol que Atenas!»

Con tantos bailarines desperezados, quedaron dos sillas vacías. No es que se sentaron… Dejaron caer el cansancio de un día acaso larguísimo, o tal vez de toda una semana interminable… Bien al ladito, la cabeza sobre el hombro compañero, un brazo por debajo, rodeando la cintura y una caricia de Juan cantando «Paloma» sobre el murmullo de los amigos encontrados alrededor de los mimos.

El descanso duró lo que aguantó el ansia de hacer cosquillas en el cuello, en el costado, en las rodillas. De repente un besazo, un abrazo torcido y un «perá, no te muevas que tenés algo en el ojo»…

 

Con un malón de parches detonados por César Elmo, apareció el resto de la banda: Cci KiuSayes, Castillo, «Chivita» Páez. Una bestia peluda con cabeza, tronco y extremidades de chacarera se desparramó por Atenas. Entre la marea de «Circo Criollo»; «Corazón de lechiguana»; «Tata Nachi»; «Chacarera del chilalo» y «Corazón atamisqueño», sólo quedaron un par de sillas ocupadas, ahí cerquita. Una abuela con su nieto; un abuelo con su nieta. No menos de 60 años sobre los respaldos; no más de tres sobre las faldas. ¿Cómo aparecieron? ¿Siempre estuvieron ahí, cerca de las cosquillas y los besos?

Con «El Huajchito», la bestia peluda dejó ver una cola de gato enorme desatando brazos para enroscar el aire en los banderines. Un remanso con la «Zamba de Usted» trajo a los enamorados de donde los había dejado el remolino. «Un pájaro canta» y la «Chacarera del cardenal» se los volvió a llevar. «Si acaso vuelves» no los devolvió y «Hasta siempre» pareció llevárselos por el resto de la noche. «Alma de Rezabaile» fue casi una confirmación.

Con un azul «Principito» sobre el escenario y un coro de Cci Kiu en el final, «Niña Luna» sirvió para dormir a las criaturas y apoyar cabezas de abuelos felices de la vida.

Raly presentó a los integrantes de la banda y los enamorados bien gracias. Presentó a «una hermana que le dio la vida» y los enamorados nada. Subió la española Amparo Sánchez y cantaron juntos «Alma de cantaora»; «Ella bailá bembé»; «Cuarteto en París» «En el último trago», y los enamorados… ¡Aparecieron los enamorados! ¡Una bandeja de empanadas en cada mano! ¡Por lo menos cuatro empanadas en cada bandeja! Está bien que bailar dé hambre pero ocho empanadas en esos cuerpos… Y sin un trago para empujar. Mamita…

 

Sí sí, claro. Mamita… y Papito. Porque resulta que mientras los enamorados se perdieron bailando, cantando y cosquilleando, ¡mamita y papito se quedaron cuidando a los mellizos! Hubo que ir por más empanadas. Los abuelos venían juntando hambre y ganas de bailar más o menos desde Wongai. Mientras el yerno enfiló para el lado del vino y la abuela para el de las empanadas, el suegro estiró las piernas, aplaudió a las cocineras de la Peña que saludaban desde el escenario y saludó al Duende Garnica, leyenda pura de Santiago. Su hija, su nieto y nieta en las sillas; el yerno en la cola del buffet; la vieja volviendo con más bandejas de criollas, el viejo divino en puntas de pie, cantando «El olvidado», la «Chacarera de la escalera» y «La Forestal», aplaudiendo fuerte y levantando el puño para aguantar el grito en contra del desmonte.

Volvió Raly con la armónica y el hijo político con el tinto; El coro de «Oye Marcos» despertó a los mellizos y vuelta al buffet para una coca y más empanadas, esquivando sarandeos por otra vuelta de película: «La bestia peluda de la chacarera. El regreso». Un elenco para todas las edades fue buscando el cierre: «Chacarera del sufrido», «Añorando», una que cantaron todos, «La Rafa Touriño» y «La de los Angelitos». 

La comida y la bebida llegaron justo para entretener a los chicos. Alrededor de las sillas, padres y abuelos bailaron la «Chacarera del exilio» y «Somos nosotros» en el final.

Así de chiquito, este amor de tres generaciones, entre un mar de historias a diez años de la primera Peña Trashumante, con nuevas almitas para contagiar.

Cierto, después vino Fede Flores. Además de los miles que no se movieron de Atenas, no es muy difícil adivinar quiénes se prendieron a bailar tremendas cumbias, después de la coca y las empanadas.

 

Los hechos que aquí se cuentan son reales. Cualquier parecido con alguna pretensión de relato ficcional es pura coincidencia.