Telescopios presentó «El Templo Sudoku»

11-11-2015 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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El viernes 6 de noviembre, el cuarteto integrado por Rodrigo Molina, Bernardo Ferrón, Cucho Ortiz y Nicolás Moroni presentó su segundo disco en Espacio 75. Otra gran noche para la música de Córdoba.


Telescopios presentó «El Templo Sudoku»

Por | redaccion351@gmail.com

Fotos: Fede Kenis.

Apenas llueve a las diez y media de la noche. Bajo el techito de la entrada al Centro Cultural Alta Córdoba, un montoncito de cigarrillos apurados. Alguien desde adentro avisa que el recital está por comenzar. Amables colillas, hermosas y veloces colillas. Adiós colillas. Adiós.

Espacio 75 con asistencia perfecta. Butacas completas, sillas agregadas completas, pasillos entretenidos. Desde el fondo, un paneo de perfiles conversantes advierte una primera alegría. Otra vez, por simple recuento, habrá más talento entre el público que sobre el escenario. No habrá cronistas felices que valgan contra semejante imagen. No habrá elogios más contundentes para una banda que la cantidad sorprendente de músicos notables de Córdoba ahí sentaditos, esperando el inicio.

De nuevo: realmente sorprendente. Alguien podrá preguntar qué tal suenan los Telescopios. Alguien podrá responder: «Mirá, si te digo que me encantan sería cuestión de pareceres. Pero si vinieron los marcianos que tenés a tu izquierda, dos filas más adelante, y estos peludos que tengo a la derecha y aquel de remera y barba y los dos hermanos que están allá, y este conde que tengo al frente que acaba de sacar tremendo disco, y los tormentosos que están allá en el rincón, por nombrarte algunos, te confirmo que la vas a pasar increíble. Listo, ahí los tenés. Aplaudamos.»

Un par de relámpagos en los pedales de Bernardo Ferrón preparan las miradas, apuntan los instrumentos y “Fuego”. La voz de Rodrigo Molina sobre arpegios estallados contra los parches de Alberto Ortiz y las teclas polirrubro de Nicolás Moroni era todo lo que necesitaba el comienzo de la presentación de «El Templo Sudoku». La amplificación de la batería para una sala de las dimensiones de Espacio 75, es lo primero que se podría agradecer.

Sobre la pantalla de fondo, haciendo escala en las vestimentas perfectas de los músicos, enjambres de estrellas, hiperquinesis de rayos, barras de colores, copos, paralelas, sinusoides… Juegos incesantes de Pablo Sosa Caba.

¿Por qué vestimentas perfectas? Porque hay ropas que armonizan con cada cuerpo, cada instrumento y las músicas que lo circundan. Hay canciones que riman con chupines, zapatos, remeras ajustadas, camisas arremangadas o cerradas hasta el último botón.

“Ninja” es una guitarra desdoblada en la Mustang celeste de Bernardo y una Telecaster blanca en manos de Nicolás. “Ey, qué bueno estar de vuelta…” Será que alcanzaron los primeros dos temas para sumarse a los «bravos».

El comienzo de “Fucsia” recibe los primeros gritos que siempre reciben las canciones con melodías bendecidas. La entrada de la base cumple con todo lo que la belleza puede prometer desde la sencillez. De alguna instantánea menos remota que inesperada, surgen esas chacareras de los Coplanacu, donde el bombo aparece después de la primera estrofa para confirmar que el ritmo de una melodía puede encender la danza con un simple golpe de percusión en el momento justo. «A mí me gusta pensar que ya pasó…» Las notas por donde pasan los versos no saben que emocionan. La vista del público bajo el resplandor tenue de las luces ofrece una bandada de hombros planeando sobre el estribillo.

 

Aparecen latas de cerveza. Estaban allí, inadvertidas sobre el escenario. Cuántos detalles, irrelevantes o mágicos, pasan desapercibidos en un concierto hasta que alguien los pone en primer plano. Pocos habrán visto ese par de latas intrascendentes antes de que los músicos las tomen para matar la sed y multiplicar la envidia. Pocos habrán mudado de constelación a la primera vuelta de la segunda parte de «Ciudad de Tampa». Muchos, tal vez, habrán necesitado la repetición de esa melodía altísima. Todos, seguro, recordarán ese momento, el de la segunda parte de «Ciudad de Tampa», como un momento de traslación.

Anotaciones in situ. Un rebote de auroras boreales en la pantalla y el sonido de la guitarra anticipan la parte de la canción que dice: “Hagamos algo hermoso, no hace falta más… Así va bien…” Primer y último inconveniente del auditorio donde suena “El Templo Sudoku”: estamos sentados, revoleando las cabezas como martillos; necesitaríamos algo de espacio para desagregarnos un tanto. Encima esa batería… Un recorrido por la memoria y por las butacas cercanas encuentra un ejemplo inmediato de segundos tiempos memorables en “El Baile”, de Viaje a un Minúsculo Planeta. Como alguien publicó, los estados de ánimo son sagrados. ¡Amén! Las palmas reposadas de Bernardo sobre el puente de la Mustang celeste concluyen algo que el tiempo tal vez devuelva como un rito.

“Sabe Vevo” es una dulzura reposada en las teclas de Nicolás, en la voz de Rodrigo sobre el tempo perfecto de Cucho y en las vueltas de la guitarra sobre la melodía del estribillo. En el final, una imagen clásica de la banda: Molina, caballero de fina estampa; Ferrón, la pelambre en cascada, ensimismado, arrimando el ser a las cuerdas. Cualquier día saldrá en las noticias: ¡Bernardo es el nuevo Ant-Man! Logró meterse entre los micrófonos de la Fender. ¡Párenlo antes de que se haga subatómico!

Como la presentación viene siguiendo el orden del disco, es de esperar que suene la melodía de “Gimnasia” en los teclados de Moroni contra los parches de Ortiz. ¡Bingo! Todo es un vaivén de muslos y talones hasta el cuelgue de pedales, el bajo exquisito y el comienzo inmediato de “La Niña”, canción para seguir haciendo palmas con la sonrisa porque las manos se fueron de visita a los respaldos contiguos.

 

Habla el cantor de la cien butacas danzantes:

“Acá estamos presentando “El Templo Sudoku”, el segundo disco de Telescopios. Bueno tenemos una energía acumulada de venir ensayándolo y de venir muy manijas para mostrárselos así que estamos más que felices de poder verles las caras, sobre tan cerca, ¿no? Porque realmente la distancia que tenemos es muy corta… Muchas gracias por venir. Vamos a seguir tocando…»

Bernardo pregunta a Rodrigo: «¿Estás cansando?» Respuesta: “Agitado, principalmente.”

Una batería como paseo de tarde lleva la guitarra de la mano a un parque de diversiones con forma de pedalera. Suenan acordes como campanas tocadas con los pies. El escenario muestra en su mitad derecha a la dupla Ortiz y Ferrón subida a una calesita espacial; en la mitad derecha, Molina y Moroni. ¡MyM! ¡Uh! ¡Ganas repentinas de acompañar la música con chocolates!

Viene un conteo de palitos para “Verano”. Las imágenes de la pantalla se imprimen en el clima melancólico del solo de guitarra, un pasaje que vuelve a las formas más simples. El final bellísimo es de Moroni. Hay que agradecer, una vez más, el sonido de la batería. Hay que verlo a Sosa Caba trabajar con las imágenes. La disposición de su cuerpo, la mirada sobre la pantalla para seleccionar las formas que multiplican los climas de la noche desde el fondo del escenario, proyectan una frase invisible: «Cómo me gusta hacer lo que estoy haciendo».

Desde el hi-hat, el conteo de «Por las dudas» se desgaja en dos guitarras, con la voz de Rodrigo migrando hacia un cambio de ritmo que pone el bajo al frente. Más allá de la letra, nada se escucha “borroso».

Molina agradece al sonido, a Hijo de la Tormenta por todo lo que no se ve y es tan importante. Ferrón agradece al Pai, “Number ten”; Molina a Rocío Paulizzi, a una banda de gente que bancó todo el proceso y que vamos a tener que agradecer nosotros también, de colados nomás.

«Nos vemos prontamente.»

«Las playas» suena en el casi fin de “El Templo Sudoku”. Una impresión del momento encuentra imposible ese estribillo en otra voz que la del bajista. Imposible esa emoción en otros colores, otros pliegues.

El saludo de la banda es un despropósito. No sólo falta la última canción, sino algo de “Verbos”.

Ferrón: «¡Gracias a Ger Reccitelli! Si quieren el disco está en la puerta. ¿Cuánto salía?»

Molina: «El otro día dije cincuenta p y me tiraron piedras. Sale ochenta pesos gente…»

Más bien. Los discos salían cincuenta pesos cuando los puchos no pasaban los quince mangos, la coca de vidrio de litro y cuarto arañaba la mitad del precio actual y el boleto de bondi… Bueno, mejor no hablar de ciertas cosas. Mejor “Decirlo así” para cerrar una gran noche.

¿Queríamos escuchar algo de «Verbo»? Habrá que esperar las próximas presentaciones de los Telescopios para seguir encontrando detalles de su nuevo gran disco y ligar, si lo disponen, alguna gloria pasada.

Por lo pronto, otra vuelta a casa de muchos con la sonrisa ancha como pedestal viviente, o «GPS» entrañable, para una música que mejora las búsquedas recalculando desde emociones cercanas.

 

¡Buenas noticias! Telescopios se presenta nuevamente el jueves 19 de noviembre en el Auditorio Luis Gagliano del Sindicato Regional de Luz y Fuerza, con entrada gratuita.