Crónicas a destiempo

Los 10 años de Toch

17-04-2017 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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La banda celebró un aniversario especial junto a invitados de lujo en Studio Theater. Un gran concierto a sala llena, pleno de emociones.


Los 10 años de Toch

Por | redaccion351@gmail.com

Fotos: Simón TemplarTridente.

Nueve menos cuarto de la noche del jueves 23 de marzo. Que la selección argentina de fútbol juegue mal importa menos que la pizza-bombero lista y servida al minuto de haberla pedido. Ni hablar del porrón helado, repartido en dos vasos, y de la coca para quien acompaña con una oreja y escucha el partido con la otra.

Vistazo a la herradura de Studio Theater: músicos de varios palos y procedencias, pintores, titiriteros, fotógrafos, amigos, amigos de amigos, compañeros, comunicadores y demás conocidos perdidos en un fluir generoso de cientos de caras, todas distintas. Cosa loca esa marea de miles de millones de rostros, todos diferentes. Seguro habrá facciones idénticas, convenientemente dispuestas a miles de kilómetros o a varios siglos de distancia. Por acá, ni cerca. Cientos y cientos de miradas impares apuntaremos hacia el escenario y el baile será un jardín de emociones similares y diversas.

Chicos y chicas de poquitos años juegan a todo eso que se juega corriendo entre padres, madres, amigos y amigas de padres y madres. Otros ya esperan en las alturas de los hombros.

 

Familias que pasaron de escuchar el disco azul, “La Serranita” o “Amor Continental” en la casa, en el bondi o en el auto, en listas aleatorias, y ahora vienen todos a disfrutar de una banda que no requiere dejar los chicos con los abuelos o tíos o amigos. El horario es un gol de tiro libre, no como el de penal que acaba de patear Messi.

A un costado del escenario, un Señor de barba, anteojos y gorra libera clásicos de cumbia, ska, pop y reggae. Se llama Federico Flores pero sólo escucha “Federico” cuando alguien se enoja con él y lo llama así, por su nombre, como Doña Florinda a Quico. ¿Alguien se habrá enojado alguna vez con Fede Flores?

Se cierra el telón de fondo para cubrir la pantalla. El comienzo inminente se agolpa en esa parte del pecho que se conoce las mañas y disfruta el montoncito de segundos previos recorriendo el aire del lugar, para anotarlo en algún pliegue de la memoria.

Los ojos y orejas y pelos y bigotes y rastas y aritos y pestañas que revoloteaban por la vereda de Rosario de Santa Fe al 270 captan la señal y de repente la herradura se completa.

 

Entre el azul de nubes bajas que nos cubre, mezcla de luces y humos, y en pleno set de FF, entran los Toch bailando al ritmo de “Get Up Stand Up”. Mientras aplaudimos las primeras sonrisas, Martín se acomoda a nuestra izquierda con su bandoneón, Andrés al medio de sus tambores y platos y Juan a la derecha con su bajo. Momento crucial: ¿quién ganará la apuesta de la canción de apertura?

Pues nadie. Tremendo comienzo con “Naranja Lima”. Ahí está Fede tirando magia entre las luces, que siguen azules. El sonido es perfecto; la imagen es de locos arriba y abajo del escenario, saltando a favor del riff. Voladura de parches y flores, cortes y versos entre la línea del bandoneón.

 

Ya podemos ir conectando una idea con un pensamiento: esto se puso en menos que canta un Toch. «Le le le le. ¡Bailaló conmí!» Ovación de feliz cumpleaños.

El Señor de las Perillas libera la voz de Raúl Gómez Jattin. Retumban los versos de “Quizá el último vuelo” y “la honda del dios de los pájaros” se mezcla con las baquetas de Andrés contando los compases para “Vuele”.

Leer a Gómez Jattin. Cantar “Vuele” 18 veces y media. Mirar y ver cómo surgen alas del bandoneón y pueblan el aire de la herradura. Las manos de Flores en vaivén. Girar, allá arriba.

Botellitas. Los músicos toman agua y aliento para “Pirar”. Ese dúo de voces hermanas en el último “wiiiiiii”, siempre cristalino. A contramano de la letra, esperamos verlos siempre así, soltando gritos al aire como en el mismísimo pasaje de transición para “De andar como ando”, para explicar el deseo de seguir cantando, colgados, felices de repetir cuatro vueltas “de andar como ando sin rumbo” entre los cortes de Andrés y Juan alejándose del micrófono para dejarnos cantar. El baile desatado, las palmas y otras seis veces de una línea que tal vez nos explica.

 

Saludo de Juan Pablo, alias “Juampa”, alias “Paio”:

Muchísimas gracias. Qué alegría… Gracias por venir.

“Punto ciego”. Batería y bajo golpe a golpe en el pecho. Letra verso a verso en las memorias de todos, creciendo en emociones por esa línea del canto que sube y le agradece a la luz, mientras una decena de haces barren la sala y enrojecen como tantas cosas que nos atan aquí por simple belleza de las canciones.

 

“Cóndor” detonado. Cada vuelta de amanecer y atardecer cambia rojos por azules y gentes cantando por gentes bailando. Un coro de graves acompaña la melodía del bandoneón y ahonda el paisaje. Hay que llegar a ese “Amaneeeeeece cantando”.

Hay que pensar en “Famatina” como un gesto sensible ante tanto despropósito. Cada verso que se va y se va, a pura marcha camión (La Rioja desde Montevideo, pasando por Córdoba), suma gestos agradecidos.

 

De repente, en el remanso de la música, sube Raly Barrionuevo para cantar “Cerro de color te lo pintaré, guarda mi ilusión, todo mi querer…” Otra vez juntos, como en Cosquín.

Presentación, abrazos, ovación. Entran la Negra Marta Rodríguez con su trombón, Santiago Bartolomé con su trompeta, Edgardo “Egui” Toch con su Telecaster y mientras Raly se calza una guitarrita, exactamente antes del conteo de palitos para “Te fuiste sin saludar”, suena un silbato a 700 kilómetros de distancia para darle tres puntos de lástima a la selección Argentina contra Chile. ¿Se habrán ido sin saludar? Acá nomás, el reggae bambolea cabezotas que entienden, sienten y saben que todo esto dura poco, que se termina rápido como las cosas lindas de la vida y hay que disfrutar ahora mismo, con cada pelito de cada pestaña, con cada vuelta de cada oreja.

 

Se va Raly. Se va Egui. Viene Fede Seimandi para el bajo de “3000 y pico”. Cambio de ritmo desde la guitarra de Paio para que la voz de Martín se enrede a los vientos, a las luces dispersadas, a las palmas, a las voces reunidas como ceremonias tenues.

 

Cada pasaje hasta aquí es un puñado de emociones. Ahora un set acústico en línea de cuatro con Martín en bandoneón, Andrés, su cajón y un plato, el contrabajo de Fede y una criolla para Juampa. Se oye un “¡Grande Pepone!” y Andrés saluda a un changuito que ronda la edad de la banda. Toch tiene los mismos años de existencia de ese loco bajito que anda por ahí.

Paio:

Estamos muy felices de toda la gente que nos está acompañando en todos los rubros, desde la Hebe (Sosa) que se animó a producir esta fecha con nosotros, todos los invitados… Queremos hacer un repasito por las canciones de la banda y creímos que era justo tocar la primera canción del primer concierto que hicimos en el Teatro Victoria de Oncativo. ¡Esperemos salga mejor esta noche!

Suena “Eso es cierto”. Una belleza diferente a todo lo que puede escucharse en los tres discos. Casi un chamamé, lento, “dedicado a la mama”.

Vuelve la Negra corazón de trombón. Vuelven los aplausos y llegan los arpegios de “Miles”. Hay que detenerse en cada pedacito de poesía para entrever imágenes entrañables: “Hijos remendados y pantalones inventados…” ¡Claro que el sonido no se cansa! Fluye la voz de la Negra sobre el estribillo; respiran los graves de Martín en las segundas estrofas. Hay que escuchar, bajar, chiquito, para agradecer y oír la respuesta emocionada de quienes han disfrutado tanto las canciones leves del disco azul.

 

Juampa anuncia un tema que hace mucho no tocan. “Yo te prometo” no está en ninguno de los tres discos y dice:

Yo te prometo que hay algo mejor,
que en esta vida no todo es dolor,
yo te aseguro que hay una solución
no lo has elegido sólo te tocó.
Todo va a cambiar no sólo depende de vos,
cada vez más gente ve que esto fracasó
y que hay que juntarse para hallar una forma
de abrigarte, de cuidarte, de apartar el dolor,
para que al hacerte grande no te quede el rencor
de las injusticias que tu hombro cargó,
eres un niño, no un trabajador, un trabajador.

Después de las estrofas, asoma Bartolomé y un solo de trompeta nos traspasa.

Paio:

¿Puedo contar una historia cortita? No, voy a llorar…

Entre risas entrecortadas, aparece Juan García, amigo de la vida al otro lado del hemisferio. Parece que cayó de sorpresa.

Juan García:

Bueno la historia la voy a contar yo. Quiero saludarlos a todos… Muchas de las canciones que hemos escuchado esta noche se tocaron por primera vez en la cocina de mi casa. Mi corazón explota de alegría por ver a los Toch en un Teatro lleno esta noche. (aplausos) Porque se merecen todo lo mejor. Son extraordinarios músicos pero son mejores seres humanos.

Paio:

El Juan llegó de sorpresa anoche desde México. Estamos enloquecidos de alegría. Es nuestro hermano del alma. Nos falta un invitado para esta canción. Lo habrá escuchado nombrar por ahí. Marquitos Ramírez ¿dónde anda? Otro hermano del alma que nos acompañó en la música siempre y hacía muchísimo tiempo que no compartíamos un escenario. Ahí vamos.

“Cuando no esté” es un tributo a la amistad, a la distancia, a las canciones nacidas en alguna sobremesa y que de repente suenan con cientos de voces que acompañan. García entona la segunda estrofa y todo sigue así, acústico, sonando entre manteles demorados. Gran abrazo de Juan con Pepone, con Martín, con todos.

 

Cambio. Seimandi al bajo; Paio a la Telecaster; Andrés a la batería y bienvenida al Gordo Nacho Serfaty para “Sonidos de las ciudades”. Hay que escuchar la versión que hizo La Madre del Borrego. Una banda de Córdoba de hoy versionando a otra banda hermana. Esos cruces hermosos que vienen naciendo. Se canta en alto “Sonido de las ciudades, florecen las melodías”. ¿Y qué es todo esto si no? La canción luce nuevos arreglos que desdoblan sonrisas y danzas.

 

Se va Nacho, Se va Fede, que le pasa el bajo al Gordo. Paio: “a ver si conocen esta canción”.

La intro doble de “Ves bien” detona las gargantas para seguir la melodía. Martín suelta la voz y el amor de quienes entraron a la historia de los Toch por el disco azul. Ahí están, cantando hacia arriba, bajando el tempo y desatando el estribillo, dejándose deslumbrar por toda esa luz de una canción perfecta. La segunda vuelta de los coros, en el final, va por la sangre.

La formación de trío sin bandoneón de “Ves bien” es la misma de “La Nebulosa”, que suena a los gritos, con Paio alejándose del micrófono para dejar que se hagan agua los helados. Otra vez ese contrapunto perfecto de los acentos, casi una denominación de origen controlada.

“Nosedespejanomedejaencasacaigoalpiso… Todo se opaca…”. Tema para dejarlo en calesita, girando hasta que «salgaelsolyasolyasolyaaaa».

Final con el poder de Greiskol en la guitarra y la dentadura brillando contra los reflectores, que se apagan y dejan ingresar nuevamente a los vientos. Vuelta a la formación BBB (bandoneón, batería, bajo). Andrés anuncia la llegada de un disco nuevo y ahora un adelanto de los que aún no sonaron en recitales anteriores. Es decir, un estreno. La línea de vientos se funde en el rojo de las luces para un reggae marca registrada de Andrés. “Moviendo los pies vamos encontrándonos”.

“Nos vamos acercando al final”. Cambian las luces y suena un “¡Noooo!” multitudinario. “Niña Rasta” inicia con un murmullo y el canto del público tapa al cantor. Sonrisas barbudas de mil dientes, ojitos de chicas que giran en el lugar y alzan las manos, el alma, el recuerdo de alguna escucha de tarde en casa, bailando con el mate en la mano, hasta que lo de siempre: acompañada de gritos que ven venir el pogo, la música baja y baja y baja los cambios, casi que se detiene hasta que sube y sube y sube y pogo mal y vasos que vuelan para que la lluvia de cerveza nos redima.

La Negra y Santiago manejan el pronóstico y un solo de trombón, apenas pasado el «guaso que se parece He-Man», devuelve las ráfagas. Esperen ya vengo.

Por dios… Menos estado que Tuvalú. La factura de las pantorrillas llegará en la marcha del día siguiente. Otro solo de Bartolomé justifica esos hombros que vuelven a chocar porque aparece una melodía que los parches no dejan caer.

 

¡Sun is shining! “Catcho Farías”. Dato de la realidad real del pastel de papa: cada par de labios sigue una a una las líneas de cualquier letra. Hasta la parte de “los bombo ‘e cuero se hicieron disco, uy qué moderno.”, que no es fácil. Pintan sonidos balcánicos y un baile como se nos ocurra.

Paio:

A ver si cantan con nosotros la que viene…
«¡Nada te detiene a perderte en uuuun camino!»

Cantarla sí porque para bailarla hay que estar muy atento. Algunos quieren seguir el coro de “Ciudades” moviendo los brazos a lo canto de tribuna y no. Es con palmas para no quedar pagando. Se podría hacer con los dos brazos, uno en cada cambio. No hay caso. Es con palmas. El cencerro manda.

Vienen los agradecimientos a quien maneja las luces, a quien diseñó el flyer, a las proyecciones que se complicaron, al sonidista Seba Palacios.

Suena “Mi mesa de luz”, un cumbión de “La Serranita” dedicado a los periodistas amigos y “Pido que vuelvas”, dedicado a las siluetas bamboleantes, con Marquitos Ramírez en las congas. Viene el estribillo de la Negra, otro solo de trombón y “Pidoquevuelvaspidoquevuelvas – pidoquevuelvaspidoquevuelvas”.

 

El coro se queda girando en las gargantas mientras los músicos descansan y se prenden a los acordes desde una acústica que marca el corte y engancha con la aventura loca de “¡Qué máquina!”, escrita en letras grandes para asegurar la memoria de Andrés en el canto, después de vaya a saber cuánto tiempo que no suena.

Llegando al final, Egui con la Telecaster, Seimandi al bajo, Martín al bandoneón y un nuevo invitado: Mariano Vélez en acordeón. Siguen las cumbias de los primeros años.

Andrés:

Seguimos con «La Serranita». Son canciones que hace 10 años no cantamos. Este tema tiene un arreglo vocal muy complejo… 

Entre risas, una versión genial de “Tiempo de Verano” con Vélez haciendo bajos. El corte a “Estás cansada” es una tienda de golosinas. Todo nace de la guitarra de Egui y revolotea por el acordeón de Mariano.

El comienzo de “Aunque sea un jean” libera pasitos locos. “¡Bombones!” les gritan. Entre las vueltas del estribillo, ¡de repente canta Seimandi! “Consigue aunque sea un jean” es un mantra bajo el azul del escenario.

Vuelta a la batería de Andrés y Paio saluda: “Ahora sí nos despedimos con la última. Gracias a todos.”

Otro gracias a Seba Palacios mientras surge el canto de Feliz Cumpleaños. Suena “La Serranita”. En medio del chapoteo entra Fede Flores a pescar mojarritas y el acordeón de Vélez se va de paseo con los patos del Tajamar.

Como si fuera necesario, los tres tigres se presentan, saludan al Señor de las Perillas que acelera el tempo de lo que quedó sonando. La bola de espejos es una cumbia en sí misma, pero el final es rock.

Paio:

Muchas gracias a todos, a los que vinieron desde muy lejos y desde muy cerca. Gracias a todos los que trabajaron hoy.

Conteo de palitos y “Pore waso”. Pobres rodillas… El trombón es un malón pechador de mil rastrojeros fundidos. La línea de bajo helicopteriza. El acordeón de Vélez sobrevuela el Anisacate. El final de las estrofas es un tobogán a contramano hacia el estribillo, allá arriba, de sólo dos palabras intercambiando duraciones para un casi final definido en otras dos palabras: ¡quilombazo hermoso!

 

Es el fin. Entran todos a saludar. Los reflectores cuentan que la herradura es un hervidero feliz.

 

Juampa:

Vamos a cantar la última. ¡Suban todos!

Y se amontonan felices algunos de los muchos amigos que andan entre el público. La imagen final, con apodos o nombres de pila (una pila de vida), es más o menos esta: El Paio (Toch), el Pepone (Toch), el Gordo (Ellena), el Egui (Toch), la Ale (Toch), el Mariano (Vélez), La Negra (Marta Rodríguez), el Beto (Bartolomé), el Fedito (Seimandi), El Gordo Nacho (Serfaty), el Chori (Carazo), el Marquitos (Ramírez), la Caro (Merlo), La Luchi (Rivarola), el Juan (García) y el Seba (Palacios).

¡Falta la mama! No debe poder más de emoción.

Toch – «Donde ha de terminar»

 

 

Y así nos quedamos, mirándonos sonrientes. Y ya es 24. «La Memoria sí que es vida, olvidar nunca es salida» dice Maru Chamella, que también anda por ahí. 

 

Pasaron varias semanas. En el medio, la marcha a 41 años, un recital casero de Juan García en Cofico, cantando los temas de su disco «Niña Luz» -como esa otra canción hermosa de Maru– grabado con Andrés y Juampa hace un tiempo (seguramente en medio de alguna producción de los dos Juanes a los discos de Jenny and the Mexicats), en una noche increíble donde también cantaron Eli Fernández, la Negra Marta, La Isla Común (que al día siguiente presentó sus «Canciones de Checo»), los mismos Toch, ¡el Jagger! (se viene un disco parecido a nada) y más amigos; luego una presentación en Buenos Aires y tanto más.

El tiempo seguirá desordenando lágrimas y sonrisas, pero como dice la canción, «los instrumentos no se cansan». Falta menos para el nuevo disco.

¡Por muchos años más!