Amor de bandoneón

Juan Gelman y Rodolfo Mederos presentaron «Del amor»

1-08-2011 / Crónicas
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En la Sala de las Américas, el viernes por la noche, Rodolfo Mederos y Juan Gelman presentaron «Del Amor», estreno nacional de una puesta dirigida por Cristina Banegas.


Juan Gelman y Rodolfo Mederos presentaron «Del amor»

Por | redaccion351@gmail.com

Foto: Gentileza Radiorevista.net

Hay días ciclotímicos. Días que despiertan entre amarguras, transitan cabizbajos las horas hacia la tarde, entienden que hay que seguir y salen a caminar por el frío del anochecer para encontrar, finalmente, el milagro de la poesía y la música, pasadas las diez.

Mantos de pasos abrigan las veredas. Algunos cubren las escalinatas del San Martín. Por Vélez Sársfield, otros pasos se acercan, embanderados, repudiando las muertes de Jujuy.

La Avenida General Paz/Vélez Sársfield es el libro de arena de la historia de Córdoba. Encuadernado en asfalto, una serie infinita de pasos lo escriben. Su lomo de seis cuadras, desde Colón a San Juan, abarcó y seguirá abarcando el relato de nuestros reclamos y celebraciones. Irrepetible como todas, la página del viernes sorprenderá , nadie sabe cuándo ni a quién, con sus párrafos a dos columnas, una dedicada al repudio, otra al homenaje.

La Avenida Vélez Sarsfield, a las siete de la tarde. Pasan bombos y banderas por Jujuy. Antes de los autos y trolebuses, el asfalto se cubre de tambores que saludan al Bam Bam Miranda. “Bam Bam” es el sonido de los tambores, el eco en las redes sociales, el retumbar de Miranda knocking on heaven’s door.

La Avenida Vélez Sarsfield abre paso a Irigoyen en su recorrido hacia la Ciudad Universitaria. Al fondo, las columnas ateridas del Pabellón Argentina se frotan el mármol al calor de las luces de los autos que llegan desde el centro, doblan y se acurrucan en el estacionamiento.

El hall de entrada a la Sala de las Américas ordena los pasos de quienes llegan al recital de Mederos y Gelman. Para más de un espectador, ambos darán, sin proponérselo, el mejor homenaje a un colega peruano-cordobés de otro palo. O no, del mismo. La producción del recital ha puesto un afiche para expresar y dejar expresar el dolor. Del otro lado del auditorio, Gelman, Mederos y Banegas conversan de lo que cada una de nuestras imaginaciones deseen, a minutos del inicio. Como en todas las crónicas, aquí también resaltaremos un momento menos obvio que emocionante. El momento en que se apagan las luces. Es el primer gran momento de todo recital. A veces, cuando el artista ha tenido una mala noche, es el único gran momento. No será el caso.

Los aplausos manejan la perilla de las luces. Apenas iluminan la entrada de Sergio Rivas y Armando de la Vega, integrantes del Rodolfo Mederos Trío. A los pocos segundos, convierten en soles a los reflectores de la sala, para que esos dos señores que acaban de ingresar vean y sientan la admiración que se han ganado en tantos años de virtud.

El hombre de la Izquierda, sentado en medio de dos músicos que se ganarán sus aplausos, es Rodolfo Mederos, dignísimo integrante del gremio maradoniano de bandoneonistas que apoyan el fuelle más bien en la pierna izquierda.

El hombre de la derecha, sentado a la antigua mesa que en la Sala de las Américas ha sostenido incontables diplomas, premios, apuntes de conferencias, antebrazos y codos de gentes de todos los talentos esperables, es Juan Gelman, ilustres codos y antebrazos, si los habrá.

La iluminación, luego de los aplausos, es tenue. Una pantalla proyecta detalles de obras de Juan José Cambre. El acierto de Banegas en la elección de un viejo conocido para la escenografía, apenas tramada por imágenes figurativas que mudan hacia lo abstracto, reposa en la necesidad de priorizar la música y a la poesía.

Los poemas que integran Del Amor recorren  casi toda la obra de Gelman. En el primer “acto”, arropado por la delicadeza de las piezas compuestas por Mederos para el recital, el autor recita Cada vez que paso, OfeliaSentimientosOración, La pajarera de Pentecostés entre otros. Los casi quince años transcurridos desde los encuentros con Galeano en el Margarita Xirgu, mejor dicho, los más de cincuenta millones de vueltas que ha dado el disco que registró esos encuentros, nos permiten proponer que Gelman ha ganado hondura en su declamación.

Podríamos blandir ideas confrontadas, pero válidas: a) Nadie podrá decir mejor una poesía que quien le ha tejido sus versos; nadie más que el autor dará la intensidad justa. Ejemplo: Cortázar, Gelman, Leon Pelipe, Ferrer, largo etcétera. b) La belleza del arte necesita de buenos autores tanto como de buenos intérpretes. De Violetas Parras y Negras Sosas. El talento y el trabajo de un declamador (un gran actor, supongamos, o un locutor) puede expandir los límites de una obra, muchas veces insospechados por el mismo autor. Ejemplo: Alfredo Alcón y Walter Santa Ana en las obras de Bauer sobre Cortázar y Borges, respectivamente. Entonces. ¿Es Gelman el mejor declamador de la poesía de Gelman? Posiblemente sí. Probablemente no. El caso es que, en andas de la melodía o de un silencio amable, Gelman ofreció la entonación precisa para cautivar al auditorio.

Luego de Escenas de la Guerra, Mederos inicia un set exquisito con grandes interpretaciones de Merceditas y Sur; La pulpera de Santa Lucía, para lucimiento de Sergio Rivas, y Canaro en París, para nuestro lucimiento como aplaudidores, Gelman incluido.

El romance siguió con Otras preguntasLa estela, Mujeres, Gotán, Carta, La dueña, La lejanía (…estás aquí / es decir / todo está aquí / el vacío y la unión / y vos / y la desordenada soledad), Comentario XVIII (..como tus ojos / soñándome, olvidándome, sangrándome de adiós…), Comentario XI (…bello amor dando su amor para que amor conozca por amor el amor), CertezasCerezas (…siempre le vi ramitas verdes en las manos con que fregaba el día / limpiaba suciedades del mundo / lavaba el piso del sur…), Las aguas de tu vientre, Arrabales, El Ojo, Poema XIX de Dibaxu, Pasa, Una mujer y un hombre, Verso XIII (“eres mi única palabra, no sé tu nombre”).

Un recital de poesía y música puede transcurrir bajo la modalidad habitual de una sucesión de obras alternadas por el aplauso del público. El formato, en la puesta de Cristina Banegas, es un espacio lúdico. Por momentos, los arreglos del Trío proponen climas que dan el tono a la intervención del verso. Pero también hay pasajes donde los músicos, las manos cruzadas sobre sus instrumentos, reciben en silencio la voz del poeta. La admiración recíproca juega en ronda sobre el escenario.

No hay fin antes de los bises. Mederos, las rodillas juntas, casi en un gesto de respeto hacia el bandoneón, esgrime las primeras notas de Romance de Barrio, versión sublime como preludio a la inmensa interpretación de Adiós Nonino. Le seguimos dando la razón a Oscar López Ruiz. Podemos escuchar mil veces Adiós Nonino y no habrá una en que logremos evitar la piel de gallina. Pasa con las grandes obras cuando son interpretadas por músicos como Mederos.

En el final, Milonga de mis amores.  Si en el punta y hacha de Gelman, Mederos es el ancho de espadas, Rivas y De la Vega vienen siendo treinta y tres de mano. Así no vale. ¿Quién mezcló las cartas? Cristina Banegas, que junto a los intérpretes, saluda en el final, con el partido ganado por escándalo.