Lugares Patio

José Luis Aguirre se presentó en la Sala de las Américas

3-12-2014 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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El viernes 28 de noviembre, el cantautor y su banda interminable de grandes amigos, cerró su ciclo Morral Pueblero con una noche dedicada a la «Córdoba de los encuentros». Crónica de una fiesta en cualquier patio.


José Luis Aguirre se presentó en la Sala de las Américas

Por | redaccion351@gmail.com

Fotos: Federico del Prado.

Qué maestro este loco. Qué fiestón hermoso que armó en un par de horas.

No vamos a andar pidiendo permiso ni perdón por contarlo así, de la mano de lo bien que la pasamos el viernes en un recital-encuentro-juntada.

Para bendición de esta crónica, la cosa arrancó bien de entrada, con una imagen simple para pintar la noche de cuerpo entero.

Una forma de llegar a la Sala de las Américas puede venir caminando desde Valparaíso. La vereda que lleva a esa gran entrada del Pabellón Argentina pasa antes por la puerta destinada al ingreso de los artistas. Ahí al ladito, sentado en el piso, con la espalda apoyada al paredón, como los chicos, y con el alma apoyada en una copa de vino, como los buenos, José Luis Aguirre, con un papel entre las manos, repasa alguna cosa. Faltan pocos minutos para salir a escena.

Es un decir que José Luis Aguirre «salga a escena». Un recital de José Luis Aguirre es, intentando ser precisos, lo más parecido a una juntada de hermanos de la vida y de amigos flamantes en cualquier patio, uno de esos lugares «lumbre» que desde hace varios años vienen alegrándose con su llegada.

Decir que José Luis Aguirre sale a escena equivale a decir que un montón de gente entra a su pequeño universo para ya no salir, o para desear volver apenas pegue el grito desde cualquier rinconcito de las sierras con la erre apaisada.

Hay poca gente a la hora del comienzo. ¿Qué paso? Lo de siempre, en su sentido más lindo. No se llega «tarde» a un recital así. Se llega cuando pinta llegar, porque la conexión con el clima, en cualquier momento, es inmediata. Los que llegan pasadas las nueve y media se pierden, en todo caso, la llegada de los primeros músicos al escenario-patio.

Un ratito antes, el lienzo blanco que domina el fondo del escenario se sale de sí mismo. Ve ingresar la gente y ya no se aguanta las ganas. Hay una tarima con tarros de pintura y pinceles que lo miran y se dicen «va a estar buenazo esto».

A las nueve y cuarto, entra el José Luis, agarra una brocha y rompe el blanco del lienzo. Con un par de trazos para dejarnos pensando «ah, no sé si la tiene clara..», hace aparecer un caldero, con sus leñitas, su cucharón y su humito. Es el bautismo de «La Córdoba de los encuentros», tercera y última fiesta del ciclo «Morral Pueblero».

Al fondo de la Sala, repartida en los pasillos, la Orquesta de Vientos Andinos espera el apagado de luces y el ruidito del corrimiento de cortinas para llenar el aire de cantos de pájaros.

Todos los lugares tienen sus ruiditos, ¿no? Uno entrañable de la Sala de las Américas es el de las cortinas del ingreso cuando se cierran. En la noche del viernes, irán y vendrán hasta quedar definitivamente abiertas… Claro, no hay forma de cerrarlas. Es como poner una tranquera en el ingreso al Encuentro de San Antonio o como poner un guardia en la puerta de la Piripincha en Cosquín. No hay forma.

Una cuerda de candombe a la derecha del escenario saluda al público y mientras los músicos y pintores se van acomodando, José recita «Resistencia», un manifiesto de la alegría vivida en los «lugares patria», donde todo se empareja en la solidaridad y se ordena solito de lado a lado, sin arribas ni abajos.

Hay bailarines y bailarinas de blanco por los pasillos, amigos que empiezan a poblar de figuras el lienzo y versos con «magias de andarse al canto… Si no es ahora, ¿entonces cuándo?» La música que comienza a sonar es una «Agüita bendecidora» de tantos chicos que corretean por los pasillos.

 

«Bienvenidos sean a este encuentro. Pasen nomás, dejen las mochilas por ahí…», dice José Luis, dándole paso al Negro Valdivia. El saludo del bailarín y conductor es un abrazo a la esencia de «Morral Pueblero», a ese «Aire sin dueño» pintado en una chacarera de Ale Drube. Cada cual llegará desde sus lugarcitos para ofrecer lo suyo. Es eso. Una posta constante.

Aparecen un bajo, una guitarra eléctrica roja, otra acústica, un flaco alto con otra guitarra color madera y una batería. El flaco alto es Ramiro González. Los otro cuatro: La Cruza. Los tres Mamonde y Tobías Ceballos. «Qué petiso que es el José Luis» dice el riojano, tratando de subir el micrófono. «Somos un equipo de basquet… Tobías es el base». Entre los últimos detalles para arrancar, grita Aguirre desde el fondo, «¡Vamo muchacho que viene SADAIC!», y sigue pintando el lienzo y tomando mate junto a seis amigos.

El comienzo de «Primer tiempo», de La Cruza, es un arpegio hermoso. Todo lo que se ve y se escucha es hermoso porque mientras suenan las canciones, atrás hay changos que ocupan el escenario como si no fuera un escenario. Intercambian pinceles, toman mate, vino, hablan y se ríen, se van un rato y vuelven.

 

Ramiro presenta «Engaña Pichanga», canción que habla del uso que dio a una música para una campaña electoral en La Rioja. «A veces, la canción, que siempre nos protege y nos abriga, es traicionada. Cuando duele, cuando tiene bronca, sale así…» Lo que suena es un rap contra el derroche, la corrupción, la rapiña, la ambicion y la indiferencia. Luego, «Marta Juana González», una chacarera que abraza a todas las docentes que saben lo que es enseñar contra la corriente. Con las palmas de la segunda, aparece el Chiqui La Rosa para que su danza sume colores al lienzo, donde ya aparece un puño, una guitarra y un grito de la tierra.

Entre las primeras alegrías de la noche, surge un coro casi de misa siguiendo el verso de Ramiro. «Estoy donde debo estar, seré lo que deba ser, una lágrima en el mar, y el universo en la piel…» Alguien lagrimea en una butaca del fondo; otros bailan; otros hacen palmas y muchos siguen llegando para poblar de a poco la platea.

 

A la izquierda del escenario, los trece integrantes de la Orquesta de Vientos Andinos nos regalan «El Humahuaqueño». Al centro, venido de los pinceles, José Luis se cuelga la guitarra y canta «Vientito de Achala». A pocos metros, Mariano Vélez lo acompaña con su teclado. Los amigos pintores se van al fondo de la sala a ver cómo va quedando el lienzo. Una belleza que viene juntando cada pedacito de la música que fue sonando. Hay una referencia a «Pintura de pago chico», el primer disco solista de José, que felizmente se ha reeditado y está disponible en la entrada. «Lo venía escuchando, me acordé del tiempo que en que empecé con todo esto… Por suerte, todavía sigo empezando…»

 

De ese primer puñado viene «La vuelta de Don Gauna», con Ramiro sumado al estribillo… Un saludo de paso a las viejas que le desgastan el cuero al dueño del boliche donde José aprendió a cantar. ¡De repente aparece la Pirincha! Directo desde el patio más famoso del amanecer coscoíno. Con un vestido negro y una contentura más o menos, presenta a los Algarroba.com. 

Qué muchachos los Algarroba.com. No saben lo que es un cogollo esta gente. Madre santa de la punta de los venados… Si de San Luis siguen apareciendo músicos así, ¡tendremos que seguir brindando hasta que el sol del Tantanakuy se vuelva a esconder!

Dicen que son siete pero vinieron cuatro por la capacidad de la Renoleta que los trajo. Arrancan con «Amigo, en todo momento», tonada de Héctor Abelino Cantos, que según Julio Zalazar, no está registrada, «por si alguno la quiere afanar». Las guitarras, que andaban volando, bajan para «Provincia de San Luis», un viejo vals de Alfonso y Zabala con letra más reciente de Eduardo Troncoso, y vuelven a remontar en el final.

 

Julio cuenta la historia de un falcon viejo al que le decían «Labio de monja», nunca una pintura… José baja de la tarima de los pintores y cuenta la historia del encuentro con los Algarroba, de la irrupción de Cuyo en la Peña de la Piripincha. Zalazar defiende su pago. «Dicen que la música de Cuyo es de viejo y de chupado… Claro, los Carabajal toman yogurt con cereales…» En una seguidilla que cuesta apuntar porque la risa distrae, se habla de los cogollos, de los gritos que hay que pegar para evitar la maldición de las suegras que hasta finadas no dejan en paz… «Se aparecen de noche y te rajuñan las patas de la cama (el fantasma de una suegra no rasguña, rajuña) y te escriben en el espejo empañado del baño cuando te estás duchando…»

«No sé qué diablos me pasa» y algún otro himno puntano se lleva a los Algarroba, entre aros que no vamos a repetir porque algo habrá de quedar en la memoria de quienes fueron y podrán recordarlos a las carcajadas. José vuelve al centro del  escenario. «Ustedes van a ver algo que pasa en nuestros encuentros, que es la improvisación», y cuenta la historia de su «Huaynavalito», dedicado a una de sus hijas, que le viene pidiendo una canción para bailar desde el primer Morral… El escenario-patio sigue lleno de gente, chicos que bailan, pintores-músicos y bailarines-pintores que entran y salen. Todo como debe ser para hacernos sentir, con dos semanas de anticipación, eso que se sentiremos nuevamente en San Antonio del 11 al 14 de diciembre.

 

«¿Como están? La están pasando bien? ¿Somos buenos no?» pregunta José Luis, justo en el momento en que más de uno habrá estado pensando en eso, en lo bien que pueden pasar las cosas, aun cuando lo que falta irá por el mismo camino. Aparecen Ariel «Barba» Torres con su guitarra y Mauro Libaak (muchacho de varias vidas si los hay) para ubicarse entre los parches. «Los conozco de chicos a estos dos. Echamos moco juntos…» Aparece un loquito del fondo gritando «¡Pirincha! ¡Pirincha! La policía Pirincha!» «Qué policía… La UNC es de todos, ¡nos quedamos hasta que se nos cante…!» La Pirincha de repente, «retando» (no se dice retando… ¿no?) a los Nietos de Don Gauna; Valdivia mediando; la gente riendo; la música sonando. «La transerrana» y «El corbatita»; la Pirincha bailando; los chicos jugando, los grandes disfrutando.

 

«Más de 100 inviernos» saluda a Marcos Domínguez. Mariano Vélez toma su acordeón. Los pintores dan los últimos retoques.

Antes o después de «Pisando nubes», «Barba» toma un güiro y despunta un cuarteto serrano. ¡Contentaza la abuela de la letra con la pastilla del abuelo! En un momento, Mauro, que en la vida hizo de todo, se puso a hacer dirigir la coreografía. «Lo que pasa que fue coordinador de Setur», aclara José, y de la risa, la gente termina haciendo palmas. «¡No es palmas! -grita Mauro- Palmas no. Es así: Sube… Baja… (con ritmo de cuarteto) Subeeeee…. ¡Baja!» Y Ariel comenta: «Ya sé por qué no tocamos más juntos…» Es un delirio. Un espectáculo de humor musical.

 

De tan bien que todos la pasan, nadie mira hacia atrás. Atrás está la salida y nadie quiere irse a ningún lado. Pero la salida es ahora un pequeño infierno de artistas entrando. Los Duendes del Parque, junto a los vientos andinos, detonan la Sala. Una wiphala sobrevuela la murga y «Don Carnaval», con todo el mundo sobre el escenario, va anunciando la despedida.

 

La gente se para para bailar, se sienta para aplaudir. Se para para aplaudir, se sienta para bailar. Es un lío hermoso. El primer bis es «Gajito i’ luna», como para sentar a los chicos, que descansen un poco, que sientan que esa letra es para ellos. Pero no se sentó ningún chico. Ah, ¿quieren seguir bailando? Muy bien. «La gallina cocorita» para todo el auditorio-patio.

Hace un rato bastante largo que en La Sala de las Américas se presentan espectáculos musicales. Desde hace más o menos el mismo rato la gente no baila, chivatea, y hace trencito por los pasillos. Habrá habido jolgorios similares, pero nos jugamos un pleno al cierre de Morral Pueblero, por la predisposición inmediata de todos a cambiar el paso para ir de un cuartetazo al «Gato de la Pirincha».

 

Ya está. La gente aplaude y grita. José Luis dice que ahora sí es la última y donde cada uno quedó, lo acompaña cantando «Se fuerza la máquina», con todos en el escenario, también su compañera, con la traversa. Todo ha sonado impecable, por cierto. El éxito de un encuentro informal responde también a una calidad técnica en la puesta que, como los buenos árbitros en los grandes partidos, suele pasar desapercibida.

Son las doce de la noche. El lienzo terminado es una belleza que sabrá José Luis dónde ponerlo para que se luzca como recuerdo de un gran ciclo. Él mismo nos invita a ir desalojando, que ya es tarde, que la seguimos con la murga en el hall y en unos días en San Antonio. Muchos responden con otras palabras que significan lo mismo que «donde quieras chango».