Para no olvidar

Gaby Beltramino presentó «Senses»

23-05-2015 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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El jueves 14 de mayo, la cantante estrenó su primer disco en el Teatro Real. Fue una noche inolvidable para la música independiente de Córdoba, por la altísima calidad del evento. Después de unos días, recordamos algunas instantáneas del concierto y compartimos palabras publicadas por la protagonista.


Gaby Beltramino presentó «Senses»

Por | redaccion351@gmail.com

Gente con más años de recitales vividos recordará presentaciones extraordinarias para la música independiente de Córdoba, incluyendo aquellas que han tenido lugar en el marco de políticas que apoyan la producción local desde la simple disposición de espacios públicos.

Gente con menos años pensará que el recital que vivió el jueves 14 de mayo en el Teatro Real fue uno más de los muchos y muy hermosos que por este tiempo se dan en la ciudad, para alegría de cada vez más gente con más o menos años, con más o menos recitales vividos.

Después de veinte años de presenciar recitales a pulmón en Córdoba, uno quisiera decir (con todos los atenuantes obvios que suponga la ausencia a muchísimos), que la presentación de «Senses», primer disco solista de Gaby Beltramino, fue algo superior.

Intentemos explicarnos. «Algo superior» quiere abarcar un contexto, un proceso, un esfuerzo. Un grupo de personas con mucho talento y ganas de sumarse a la producción de un concierto, cuya figura central es una cantante formidable, para llevar las formas de la percepción más allá de lo habitual.

El contexto es Córdoba, ciudad que ve nacer proyectos musicales independientes cada vez más variados y públicos que los disfrutan al punto de generar deseos cada vez más alentadores.

El proceso va desde aprender a cantar, estudiar, perfeccionarse, enseñar para seguir aprendiendo, conocer músicos cada vez más complejos como correlato del talento trabajado, escuchar consejos de gente que sabe dar consejos sin darlos, viajar, comparar, entender, volver, crear, proponer, seguir encontrando gente valiosa, grabar, difundir la propuesta en los medios, conseguir cosas esquivando contratiempos, poner los ovarios cuando faltan huevos (perdón, se escribe así), encontrar admiración, aliento, ideas, abrazos.

El esfuerzo se resume en sostener todo eso, de repente concentrado en un escenario donde hay arte por donde se lo mire, sin perder una pestaña de calidad, enfrentando a un teatro colmado con una actitud sorprendente de elegancia y sobriedad. Si el corolario de todo un camino recorrido hasta la tarde del jueves 14 de mayo de 2015 es la puesta que descubrimos al entrar, esa misma noche, a la sala mayor del Teatro Real; si el resultado de tanta pasión fluyó en una música interpretada por músicos como los que subieron al escenario de la presentación de «Senses»; si toda una vida de búsqueda de la belleza se tradujo en un manejo de la emoción como el que Gaby Beltramino ofreció en lo que tal vez fue su presentación más importante, no encontramos una forma que rebote mejor en la memoria: fue un recital superior.

Pasaron unos días desde esa noche. Poco más de una semana en la que siguieron sucediendo cosas notables. Entre varios eventos, las presentaciones de al menos dos discos («Desandolvido» de Mariano Clavijo y «Patio estrellado de una noche de verano», de Maru Chamella y Mariano Vélez) y algo que es toda una novedad: la grabación de un disco en vivo, «Sal», de Mery Murúa. Verdaderas celebraciones que merecen, claro, una nota aparte. Entretanto, las repercusiones de la presentación de «Senses» se prolongaron en los encuentros de amigos que asistieron, en las charlas entre quienes decidieron disfrutar de la música y quienes, entre tantas razones, se quedaron a padecer un partido de fútbol.

Esperar un tiempo tuvo sentido. El hábito de contar algo de lo ocurrido en un recital se encontró con un relato imperdible, publicado por la misma protagonista, sobre el antes y el después del estreno. Pedimos permiso a Gaby. Encontramos la mejor predisposición y un agradecimiento inmerecido. Si hay agradecimientos, primero van los nuestros, los de quienes llenamos la platea del Real. Después, siguen los nuestros. Por último, los nuestros.

Así contó Gaby Beltramino la experiencia de la presentación de «Senses»

El jueves empezó con un té que nunca llegué a tomar, armando sobrecitos de invitaciones mientras llegaban los fallidos programas de mano y Agustín Schelstraete corría para solucionarlo y a mí se me cruzaban los ojos.

Siguió con la corrida de mi padre yendo a buscar el contrabajo de Fede Seimandi mientras yo me iba a buscar a los músicos a ON Aparts para llevarlos al ensayo en Aire (no sólo ensayamos si no que también me aguantaron 4 atriles que no tenía). Pero en el trajín me olvidé de buscar un teclado y como ángel caído del cielo, Camila Salander me escribió para saludarme y terminé mangueándole el suyo. Ella, siempre generosa, me lo preparó con el mayor cuidado.

Ensayamos; con algunas partes mal escritas y mucha paciencia logramos salir airosos, y ese fue el primer instante relajado del día, almorzando en Macanudo Hostel, con toda la tropa: Santiago BartoloméJerónimo CarmonaFrancisco Lo VuoloPepi Taveira, Ramiro PenoviSebastian Loiácono.

Siguió la nota de teleocho en el hotel, y salir volando a casa a buscar el vestido de Hello Ende, que me prepararon con tanto amor Åyelen Mohaded y Estefanía Blanco, y a esperar a Ariel Barbero que me estaba trayendo el hermoso vestido rosa de mis sueños.

Volamos al teatro y en la vereda me encontré con Iván Burnichón (Mirando Al Cielo) que no se separó del pie del cañón desde hace días, y al gran Fernando Caballero, que generosamente fue a prepararle la batería a su maestro.

En el hall del teatro, sentadito a la derecha con sus compañeros, Matías García Favre, quien se convertiría, como ya he dicho antes, en el Mascherano de la noche, por conseguir el ampli que faltaba sin que nadie notara nada.

Y entré a la sala. Y la magia estaba sucediendo. Simón Garita-OnandiaEstefanía De GennaroMaximiliano Bini y Joel Terradas armando una puesta de fábula, que superaba todo lo que había imaginado; Nicolás Laje y Se Palacios corriendo entre cables y monitores, mientras llegaba Rodrigo Pesce a maquillarme y peinarme mientras probaba sonido.

Dieron sala. Abajo en camarines terminamos la odisea mientras mis amigas Paula Caviedes y Romina Bogado servían una picadita que lamento no todos hayan descubierto. Rocío Yacobone no paró de sonreír mientras encontraba en cada rincón algo nuevo que fotografiar… Sólo los saludé cuando llegaron, pero como profesionales que son, Isma ZgaibNadir Medina, Maru Aparicio y Lucho Hernández se acomodaron en sus lugares en silencio y prepararon sus cámaras para no dejar un detalle sin registrar.

Juan Sassatelli y Nacho García bajaron a darme un abrazo y a contarme una buena y una mala: la buena, se había llenado el Teatro Real; la mala, tenía que salir YA a escena.

Mientras me peinaba, y sin tomar agua ni hacer pis salí y fui feliz una vez más en mi lugar en el mundo. Cada tanto miraba a mi viejo, a mi hermana Mari y a Agus, y me sentía plena. Ellos estaban ahí y mamá cuidándome desde arriba.

Después del show, Patricia Brignole y Ricardo nos abrieron las puertas de Cholula Resto para cenar y festejar a plena guitarreada…

Todo esto en un día. Uno de los más felices de mi vida.

Tengo un montón de mensajes por responder; hace dos días que duermo.

Me vine a cantarle el Ave María a mi amiga Isa Arranz que se casó y después me detengo a escribirles a todos!

Gracias gracias gracias desde lo más hondo de mí!

 

Desde una butaca

Del otro lado del vértigo, de la pasión de tantos artistas convocados en el relato de Gaby para dar lo mejor de sí, la sencillez de ser espectador… Sólo hay que llegar al Teatro un ratito antes, alegrarse porque la cola para el ingreso dobló en la esquina del Sorocabana, saludar a músicos amigos, subir los dos o tres escalones que dan a la platea, encontrarse con una puesta teatral bellísima, buscar una ubicación, leer el programa de mano y mirar alguna cosa en el celular, en esa espera de minutos que siempre es la mejor del mundo.

La escenografía es una habitación de estilo retro en perfecto desorden. Cajoneras, revistas, cajas para sombreros, posters, radios, percheros, marcos de cuadros, frascos sobre un televisor, peluches, valijas, latas de galletitas, paraguas, armarios, lámparas, maniquíes… Un gran sillón junto al Pleyel de cola que tendrá como ejecutante a Francisco Lo Vuolo. Atriles para la guitarra de Ramiro Penovi, para el contrabajo de Jerónimo Carmona, para la batería del gran Pepi Taveira, para el saxo de Sebastián Loiácono y para la trompeta de Santiago Bartolomé, el querido «Beto», que juega de local, nada menos que en reemplazo de Mariano Loiácono, el arreglador del disco. Desde las alturas, Fede Gaumet, para los «ruiditos» que embellecerán momentos claves de la noche.

El anuncio del inicio del espectáculo baja las luces y sube la ansiedad. Si lo que vemos nos dispone a una presentación que tendrá mucho de teatral, el ingreso de Gaby al escenario confirma el ánimo extasiado de la sala: No hay aplausos. Un silencio de sonrisas acompaña el recorrido de la cantante, de semblante apenas sorprendido, por los pequeños caminitos que ha dejado ese encanto de objetos diseminados. Luego, la vemos sentarse en el viejo sillón, mirar hacia el público, descubrir seres queridos en las primeras filas (aunque haya seres queridos en casi todas las filas), esperar a los músicos, que irán ocupando sus posiciones, ellos también con una sonrisa. Está todo listo. Llegó el momento.

“Zip-a-dee-doo-dah” abre el juego y el sonido está perfecto. No puede fallar y no falla. ¡Bien! La voz de Gaby podría fallar, por simples quiebres ante tanta emoción. Tampoco falla. Lo que escuchamos en el disco, está sonando en vivo.

La lista de las canciones respetará el orden de la edición. Para quienes llegamos a la presentación de un disco habiéndolo escuchado mucho en pocos días, al punto de anticipar el tema que sigue, lo cual siempre constituye un placer agregado (pensar sino en cualquier disco incorporado a la vida. Ejemplo Beatle: «Taxman» es genial porque la canción de apertura de un gran disco suele serlo, ya que es su carta de presentación, pero además porque «Taxman» es Harrison, pero muy además: porque después viene «Eleanor Rigby», y entonces es posible pensar que un gran disco regala siempre ese placer anticipado entre el final de una gran canción y el inicio de la siguiente), esa decisión de respetar el orden de temas se agradece.

A lo largo de la noche, cada músico encontrará sus minutos de lucimiento. Entre algunas instantáneas, habrá aplausos recurrentes para los solos de piano, para el maestro de la percusión, para la guitarra y el contrabajo, para el saxo y la trompeta; habrá un beso al cielo en “Adagietto to my mother”; un cambio de vestuario en la mitad del recorrido para mostrar el vestido rosa de los sueños; un clima de fábula para “The flower and the bluebird”; un sube y baja multitudinario de pies para seguir el ritmo de “I wish i knew how it would feel to be free”; un peluche de la rana René para “(It’s not easy) Bein’ green”; un aplauso largo para cada músico presentado por Gaby y otro aplauso largo para los agradecimientos.

En el inicio del fin, que llegó más rápido de lo esperado, Santiago Bartolomé enmudece a la platea con su Flügel, o Fliscorno, o trompetón glorioso. Algo, de repente, lleva a esa vieja reflexión sobre el hombre y el mar, sobre la nobleza del náufrago, que sabe que muere ante la inmensidad del mar, que no sabe que lo mata. En un momento culminante de la noche, cuando Santiago inicia “Here’s to life”; sabe que libera una melodía sublime desde un instrumento que no sabe que emociona a todo un Teatro. El estribillo devuelve un pensamiento: la voz podría fallar, quebrarse. Es la última canción, la letra dice cosas que fueron escritas para temblar, todo sonó de maravilla, el público espera para aplaudir de pie y gritar «bravo»…

No falla. La voz de Gaby Beltramino, que brilla en presente continuo desde su disco, brilla desde el recuerdo del vivo en futuro compuesto, más bien colectivo.

Es el final. La ovación es larga.

Tiene que haber un bis. Suena de nuevo «I’m old fashioned», tal vez mejor que en la primera interpretación, porque estamos todos comos queremos.

La imagen final de un recital superior encuentra al padre de Gaby, recorriendo el pasillo central de la platea, desde el fondo hacia el escenario, con un ramo de flores para su hija. Sabrán recordar para siempre qué se dijeron. Desde abajo, el aplauso celebra el abrazo larguísimo y las lágrimas.

Un cambio para cerrar el escrito. El diálogo en una mesa del Sorocabana entre un doctor en baterías y un aficionado a medias cede las últimas líneas a Gaby, que otra vez nos deja compartir algo que sólo pudo nacer con el paso de los días.

Tuvo sentido esperar para esto:

Cuando todo flota uniforme sobre la marea yo no soy yo misma. El conflicto nunca se aleja. Se acerca. Lo abrazo. Lo hago arte. Y así…
Atravesada mi vida entera por el extremo, la pérdida, la lágrima y la sonrisa efímera de la resolución. Que siempre viene pero después se va, para perderse y que yo vuelva a encontrarla. Y así…
El vaivén eterno de mis días que, como las olas del mar, nunca encuentran un destino. Ni un consuelo. Ni un camino. Su camino son todos. Infinito. La búsqueda eterna y sus huellas en cada roca que roza.
Soy ola e impacto insistente sobre mi destino: la transformación.