Por Pablo Arietti | redaccion351@gmail.com
Esta vez, el hábito de tomar apuntes para una crónica detallada se quedó en casa. Cumpliendo casi 20 años de asistente a la Peña del Comedor Universitario, ganó el deseo de ir como un seguidor más.
Nada de profesionalismo. Cuesta tanto esa palabra… No hay caso. Nunca se termina de saber qué es, realmente. No se puede saber. No se quiere. No nace. No.
Nada de acreditaciones. No se ofrecen. No se piden. Se compra la entrada, se hace cola, se ingresa por el mismo portón de siempre para darle un abrazo al salonazo repleto, a su acústica insuperable para una peña. Se agradece a la vida por poder repetir.
Un teléfono celular y un poquito de memoria sobre las cejas no alcanzará para estar a la altura. Si hay alguna altura, crece desde los talones hasta el metro noventa y pico, suficientes para ver bien, para levantar la mano y registrar un par de momentos.
Algunos datos. Después de la presentación de Los Duarte, que no alcanzamos a ver por la simple razón de haber llegado tarde, subió Emiliano Zerbini. Un momento hermoso, con todo el Comedor acompañando su emoción al cantar, entre otras, «Coplas del Valle», «Zamba por vos», «No se toca», y dos clásicos de su tierra en el final, que no necesitaron harina y albahaca para llevarnos desde el corazón al Festival de La Chaya.
Mientras todo se acomodaba para el número central, Miguel Rivaynera, desde un costadito del escenario, se lució interpretando más clásicos con su guitarra, dirigiendo al coro multitudinario con su gran talento. «Perfume de carnaval» dejó un clima ideal para la gran fiesta.
Una formación de lujo, integrada por Julio Gutiérrez en violín; Emi Pasquini en bajo; Mariano Paz en percusión; Alejandro Rivero en guitarra y Omar Peralta en bandoneón, vio subir al Negro Valdivia para presentar a los Coplanacu.
Así comenzaba la fiesta. «Pelusitas de totora»
Vinieron las nuevas canciones de «Mayu Maman», hermosísimas todas. Hubo saludos y agradecimientos y también invitados como los Palo y Mano y el Cuarteto de Cuerdas Magnolia. Hubo un espacio para celebrar la vida desde las palabras de una nieta recuperada, y mucha, mucha emoción.
No faltaron los clásicos de siempre, como «Camino a Telares»; «Agitando pañuelos», «Alma Challuera»; «El escondido»; «Escondido de la Alabanza» y «Nostalgias Santiagueñas», entre tantos.
Llegó el final, con el himno del público. Si alguien no entiende lo que pasa en una peña de Coplanacu cuando cantan «Peregrinos», tal vez haya vivido algún recital de los Redondos, y recuerde lo que pasaba cuando cantaban «Juguetes perdidos». Habrá más experiencias semejantes de comunión entre artistas y público. No las conocemos.
Así terminaba la presentación – «Peregrinos»
Después vinieron los Palo y Mano y la noche siguió hasta cualquier hora.
Sabrán disculpar el poco profesionalismo de los registros. Fueron tomados entre el público, por un seguidor más.
¡Vamos por otros treinta años!
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