Sábado de lujo

Cierre estupendo del M Festival

15-08-2014 / Crónicas, Crónicas a Destiempo
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Por varias razones, fue una noche inolvidable en Cocina de Culturas. Alejandra Tortosa, Paco Giménez y Liliana Herrero dieron cierre a un Festival que ofreció propuestas tan diversas como disfrutables. Compartimos apuntes, imágenes y videos.


Cierre estupendo del M Festival

Por | redaccion351@gmail.com

Fotos y videos: Ricardo Cortés.

El M Festival llegó a su cierre luego de una serie de espectáculos que ampliaron los sentidos a partir de presentaciones de alta calidad. El programa marcó un punto rojo en la agenda del fin de semana y el resto de las horas nos fue deslizando hacia Cocina de Culturas.

Esta vez no habrá introducciones satelitales. Hay mucho por contar. Al grano pues.

Nueve de la noche. Lleno total. Sillas en fila y ballet de platos y copas que extrañan el descanso de las mesas habituales. Suben Susana Guzmán y Karol Zingali para abrir la fiesta.

Luego de una presentación feliz de la vida y de la emoción inminente, suben Alejandra Tortosa, junto a su hermano Héctor en guitarra, Andrés Coppa en piano y Alsides Coronel en vientos. La cantante luce una blusa negra, pollera larga floreada y sonrisa al tono. Los zapatos, la bijou, el peinado y el maquillaje son de Casa Tortosa, flor de boutique, cuna de artistas que podrían asomarse a la música desde la parte que apenas llega a los tobillos – nivel colmado por tantísimos de acá nomás- pero no. Para nuestro bien, los Tortosa son gente de meterse en lo hondo. De un buceo incansable emergen bellezas como «Te quiero», estilo de Felix Palorma que inicia la presentación. La intro de guitarra lleva a Cuyo por caminos imprevistos y los arreglos de piano dispersan el impacto emocional que produce el color de la camisa del amigo Coppa en los hinchas de Belgrano presentes. Coronel acompaña con el bombo para engañar a la audiencia; con la coplas de «La Molinera», tomará el clarinete y se completará una formación impecable para el lucimiento de Alejandra.

 

De Mendoza a Castilla, el repertorio traza un recorrido de homenaje a una de las vertientes claves de nuestra música popular. En el ir y venir, un saludo al diálogo musical que el catalán Xavier Montsalvatge propuso con la poesía latinoamericana. Primero, «Canción de cuna para dormir a un negrito», una delicia sobre versos del uruguayo Idelfonso Pereda Valdez. Luego, «Canto negro», con Guillén iniciando un homenaje a los poetas de Cuba que tendría otro gran momento minutos más tarde.

La interpretación es un desafío para la voz y para todos los instrumentos y la ejecución resulta elogiable en todos los sentidos, desde la belleza del canto hasta la decisión de acercar obras infrecuentes, siempre a partir de la exploración. Los acordes suben a México y rescatan una canción del gran Manuel Ponce. Momento sublime. El piano de Andrés y La voz de Alejandra cantando «Estrellita» invitan a pensar que no hay mejor sitio en ese instante para escuchar música en vivo.

Estrellita, por Alejandra Tortosa.

 

La Modinha de Villa-Lobos es otra maravilla. El cierre de una selección extraordinaria baja desde el Brasil al mismísimo escenario, para compartir una obra de Héctor. «Cultum Kum» es, a la vez, un saludo de despedida y de reencuentro con estos artistas, donde el porvenir disponga.

Fin de una primera parte formidable, donde la música es puro placer y enseñanza, porque hay recitales donde se disfruta en la misma medida en que se aprende.

Intermedio. Suena «Pedacito de agua» por el Presenta Trío. Hay que aprovechar el tiempo para todo porque el descanso tomará poco menos de diez minutos. Algunos pedirán empanadas o alguna cosa para comer sin cubiertos; otros se complicarán con una pizza en la falda; otros dejarán la cena para después y saldrán a fumar. El contraste de temperatura entre el interior de Cocina de Culturas y su patio apura las pitadas. Ya se escuchan los aplausos de bienvenida al segundo número: Paco Gímenez en escena.

La puesta consta de dos sillas altas, de una mesita con copas de agua y de vino, y de un sombrero Panamá blanco bajo el cual se constituye la figura amable de Rubén Cirigliano, guitarrista sin repuesto. ¿Cómo sería? ¿Por qué Cirigliano es irremplazable? Porque su estilo es un complemento perfecto de Paco, y al revés también, por supuesto. No se sabrá, por momentos, quién juega de lomo al champignon y quién de malbec roble. Como sea, la combinación es un manjar.

Giménez seduce al público desde un manejo envidiable de los tiempos. Todo lo que Paco necesita es un puñado de boleros, de bossas y de lo que la sal de la vida le haya ido arrimando. Las letras importan, claro, porque deciden la duración de las carcajadas. De los versos del género más melosos que el dulce de membrillo, Paco toma los del dulce de batata marmolado, esos que por ejemplo dicen: «Todo es mentira, no creo en la vida. Si me enamoro, me decepciono otra vez». Pero es tan rico el dulce de membrillo… El desencanto de «Si me enamoro» se cura con dos pasta frolas gordas: «Me vuelves loco» y «La gloria eres tú». De repente una sensación. Es una locura, no puede ser. Pero sí, ¿por qué no? Con los recitales se disfruta, se aprende y se ejercita la memoria. Lo digamos despacito: algunas señas del lenguaje corporal de Paco Giménez encuentran semejanzas con las del Indio Solari. ¡No nos fuimos a ningún pasto! Hay que detenerse en la mirada, en los silencios, en los movimientos de los brazos, hasta en el estilo de la camisa. Claro que la calvicie pareciera coronar la similitud, pero hay otro impacto que trasciende la suma de los registros a cada lado de la comparación. Hay una forma del recuerdo, marcada a fuego en tantas misas de Patricio Rey, que se agolpa sin permiso en la noche y que Luzbelito frene los comentarios de los amigos: «¡Che si el Indio no agarra viaje para que vuelvan los Redondos, le tiramos un centro a Paco!»

Antes de la excomunión de la fe de La Cochera, otra mirada para abrazar a Paco, desde la tierra que le dio tanto más que ese puñado de boleros. En algún recoveco del Laberinto de la Soledad, dice el viejo Paz: «El simulador pretende ser lo que no es. Su actividad reclama una constante improvisación, un ir hacia adelante siempre, entre arenas movedizas. A cada minuto hay que rehacer, recrear, modificar el personaje que fingimos, hasta que llega un momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden. De tejido de invenciones para deslumbrar al prójimo, la simulación se trueca en una forma superior, por artística, de la realidad.» En el oficio de ese juego magistral, Giménez monta al público en altibajos recurrentes de perfecto silencio y aplausos envueltos en gritos y risas, aunque no pueda recorrer las mesas porque, lo dicho, donde había mesas hay gente y más gente.

Hay un paseo por más joyas de higos en almíbar como «Quiéreme y verás» y «Juguete», y también un momento para que Cirigliano se luzca con «Don de fluir» en ritmo de bossa. Paco retoma el escenario con un antifaz, sosteniendo como puede tres botellas que hacen de puesta ideal para una versión de «Desencuentro». Luego: «Este Señor es Rubén Cirigliano. Ex niño de los Niños Cantores de Córdoba. Vive de rentas, no es gay, acompaña a muchos. Yo sólo canto con él. Yo soy como el blues que dice «no tengo nada, él tiene, yo no tengo. Bueno, el público siempre tiene la razón.. Si quieren les presto plata.»

Lo que sigue es una delicia de paseo por «I Ain’t Got Nothin’ But The Blues», gloria cantada en el idioma de Güemes y del Duke Negro que la parió. En la lengua de Jobim, la vida agitada que suena en «Demais» y el coro samba de «Chiclete com banana» nos ponen a tamborilear sobre muslos ajenos. Tendrán que bajarnos de donde nos subió la música.

«Las botellas de cerveza son de ficción pero esto es real», dice la bestia pop, mientras disfruta del malbec roble y después: «Bueno Nelly, yo sé que sos santiagueña pero voy a cantar un tema en inglés…» El amague de los primeros versos termina en otro clásico. «De lo que te has perdido la noche de anoche por no estar conmigo…» Todo es puro jolgorio y risas cuando a la segunda estrofa Paco agrega un «boluda», susurrado al final del verso. En el final, «de lo que te has perdido yo con tanto fuego y tuuuuuuuuuu… (silencio largo)… Adiós». Ovación.

Bueno una más. Después de anunciar que estará todos los viernes de septiembre en la Sala Azucena Carmona del Teatro Real, y de preguntar «¿Quién me dijo puchero?», cierra con «O Telefone – Tocou novamente». La pena del estribillo también es la nuestra porque termina la presentación de Paco.

 

No damos más con semejante banquete de postres y todavía falta una sobremesa que desordenará el menú hacia otro plato fuerte. El nuevo intermedio es otro choque térmico entre el calor del recinto y el frío del patio, donde siempre hay quien no pierde el encendedor y lo presta. Entre los que van y vienen, muchos conocidos de la música local. Somos varios los que no quisimos perdernos esta fiesta.

Entran Liliana Herrero y Pedro Rossi. ¡Epa! Pedro Rossi por primera vez en Córdoba con el cabello suelto. Rulambre aireada como el chocolate de la vaca violeta. Aplauso fuerte y largo como presagio de una emoción que vinimos a buscar otra vez, al amparo de una dupla fuerte como nubarrón de tormenta.

Hay un Festival en Cuba. Se llama «A guitarra limpia» y tiene lugar en el Centro Cultural Pablo de la Torriente Brau. Allí estuvieron Liliana y Pedro. Ahora, en Córdoba, la cantante saluda a la coordinadora del proyecto, María Santucho, y al director, Víctor Casaus, poeta cubano, compañero de nombres que todos conocemos y admiramos. Ambos andan dando vueltas entre el público. El inicio del recital es un momento inolvidable, con Víctor invitado al escenario, contando parte de una vida dedicada a la cultura y leyendo dos poemas de su autoría; el primero, «Otro poema de amor», dedicado a Ariel Naum, integrante de la formación que acompaña a Liliana, quien fue padre en estos días. De todos los versos escritos a un hijo por nacer, retumba uno: «Serás más completo y menos libres que ahora…» El segundo, «Oh vida», toma el título de un bolero de Beny Moré y celebra desde el epígrafe a dos grandes nombres: Ernesto Mejía Sánchez y Rubén Blades. Como cada verso es una maravilla, aquí el poema completo.

Después de los abrazos y aplausos, Liliana inicia con «Garzas viajeras». La asistencia perfecta a sus últimas presentaciones en Córdoba podría atenuar el asombro por el sonido de la guitarra de Pedro Rossi. Pero no es la guitarra de Pedro Rossi el secreto. El secreto es el Pedro Rossi de la guitarra. ¡Qué muchacho!

 

Luego de una dedicatoria al largo camino por recorrer junto a los cubanos que nos visitan, suena una versión de «Canción de las cantinas» que nos extravía el decoro. ¿Cómo decir las cosas que hay que decir cuando escuchamos algo que pega bastante más allá del simple gusto? ¿Cómo respetar los acentos y la medianera de las palabras? El segundo tema, apenas el segundo de la lista, nos amontona en un sobreesdrújulo «Láputamadre»…

Canción de las cantinas

 

Hay cantos que se celebran como un gol. Liliana cierra los puños y el gesto hacia Pedro es el de un triunfo con garra y corazón. Impresionante, tremendo, pero con el sentido viejo de cada palabra cuando aún no se había desgastado en muletillas. «La nostalgiosa», de Falú-Dávalos, nos sigue alimentando como la montaña a la voz de la zamba. Comentario cercano: «Y pensar que pasan autos por la Julio A. Roca y no se enteran de todo esto…» «ABC» del Pitufo Lombardo es una melodía que se impregna como palito de amor seco. Pedro silba y hace coros. «Qué preciosa…», dice Liliana. Y sí. Los comentarios no fallan: «Tendríamos que hacer temas del último disco y estamos haciendo exactamente todo lo contrario. Hoy no tengo muchas ganas de hablar. Hay recitales donde la conexión entre tema y tema me sale perfecta y otros en que soy un desastre… Hoy tengo ganas de cantar.» Por un momento, pierde su mirada en algún horizonte íntimo para que todos disfrutemos de la guitarra de Rossi en homenaje a dos artistas que corren por las venas. Después de compartir su versión de «Cinco siglos igual», habla Pedro: «No hace falta citar los nombres de las canciones. Con citar a León y a Gurevich ya está.»

«Oye niño». Miguel Abuelo. «Todo lo que ata es asesino…» Liliana nombra una fecha, el 5 de agosto reciente, como un día muy especial para todos. «Ese día tuve la ilusión de que bajo el amparo de la música se ligaba todo». Esa fecha unió la música y la vida de una forma conmocionante. La tarde del 5 agosto, supimos que Estela de Carlotto había encontrado a su nieto. La noche del 5 de agosto, hubo un recital que reunió a músicos admirables en torno al gran Mono Fontana, un buscador incansable de universos sonoros. En su propia búsqueda con el canto, Liliana incluyó una obra de Ignacio Hurban, el nieto encontrado, quien puso música a un texto de Romildo Risso, a su vez coautor, junto a Yupanqui, de «Los ejes de mi carreta», milonga que de algún modo resume la búsqueda de lo que somos. Gran momento. Y como apareció Atahualpa, una versión de «Chacarera de las piedras» con palmas mínimas y un lujo: El Negro Valdivia y Jimena Sánchez bailando sobre el escenario. El estribillo final se repite en el coro del público.

Hay tres canciones para pensar en lo difícil que será la despedida. «Inútil paisaje» de Jobim, «Parte del aire» de Páez y un valsecito de Juan Falú y Jorge Marziali, como abrazo tibio. Por ahí piden algo de Ramón Ayala. Una parte de «El cosechero» deja una estela de coros y aplausos hacia el final.

Un repaso por los nombres de autores y compositores que poblaron la noche dejará una sensación de recital absoluto. Como leyendo el deseo de vaya a saber cuántos, Herrero elige una joya de quien la nombró «Bagualerita». La última de la lista cambia el título del disco madre; «La bengala perdida» es un téster de emociones para jugar hasta no poder.

Hay una ovación de pie y un bis, «Pastor de nubes» que nos mantiene allá arriba, revoloteando como el pañuelo de los bailarines.

Hubo que dejar pasar un tiempo para dimensionar este encuentro y darle forma de crónica. No importa si logramos alguna imagen digna. Importa el futuro de la memoria de quienes pudimos estar y estuvimos.