Por Luciano Debanne.
No se puede, no queremos, no lo vas a hacer, no lo voy a aprobar.
No lo digas, no lo hagas, no lo mereces. Marche preso.
No vengas, no vayas, no trabajes, no compres.
No te corresponde. No sos quien.
A vos te gusta decir que no. Decirnos que no a nosotros.
Como el médico viejo que morfa y no deja morfar, que chupa y no deja chupar, atrás de su panza grande, su tensión por las nubes y su falta de ejercicio. Placer para él, restricción para el resto. No cree en lo que receta pero lo sigue recetando. Total son otros los que no comen asado.
A vos te gusta decir que no y lo vivís sin culpa. Porque -ya sabemos- decir que no es parte del asunto, para los buenos y para los malos, pero a vos te gusta decir que no. Como la enfermera que en el cartel te calla y en el consultorio habla con el celular.
Y ahí están los que negocian con tus recetas magras: las cadenas de farmacias, las agencias de modelos, los asesores de imágenes, los entrenadores personales.
Y ahí andan los creyentes, los que amarran su alegría, su esperanza de felicidad, a tu letra fea, a las sonrisas de la promotora, a una salud que sólo existe en la tele y la web.
Están de turno los gobiernos de las negaciones, porque se hizo de noche.
Pero volverán a abrir sus puertas los que son grito de aliento, los que comprenden, los que ayudan antes de juzgar, los constructores de afirmaciones populares, masivas, libérrimas.
Esas boticas donde se consiguen los bálsamos para los penares que trae, invariablemente, la vida de los pueblos.
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Siempre más
Y en todas las casas un fueguito, la mesa, el pan, el mantelcito, la ropa colgada, el limonero todo lleno de flores, el perro ahí pelando un hueso, los mocosos creciendo, el alma embadurnada de felicidad, mirá.
Votar, aquí y ahora
Una supervivencia, una condición de posibilidad, una esperanza, una ilusión, en este país nuestro que hoy nos tajea el día a día y nos dibuja un futuro entrecortado.
