Valentina Marello

Valentina Marello

2020

Anuario 2020. Primer año de la pandemia por Covid-19 del calendario gregoriano.

En estas líneas hago un intento por resumir lo que fue el 2020, el año del leitmotiv “yendo de la cama al living”, que todes recordaremos por ser el primer año de la pandemia por el Covid-19, por haber incluido en el cotidiano las palabras cuarentena, pandemia, distanciamiento social, alcohol al 70%, barbijo, permiso de circulación, restricciones de circulación, protocolo, confinamiento… Por dejar de compartir el mate (vaya ritual que a la fuerza dejamos de lado) y saludarnos con un choque de codos o puños (cuando tanto nos gusta un abrazo o un beso), por habernos quedado en nuestras casas más tiempo del esperado, esperando, a veces sin saber qué hacer o qué pensar…

Difícil resumir aquello que escapa a las palabras y no entra ni en la lista de las compras, ¿cómo decir aquello que atraviesa el cuerpo, cómo describir lo que los cuerpos gritan, la gramática corporal? Quienes hacemos teatro sabemos que nuestra herramienta por excelencia es el cuerpo, que si bien tiene sus diferentes entrenamientos, en el encuentro con les otres el cuerpo “habla”, se comunica con su propio lenguaje. Entonces, de nuevo, ¿cómo escribir con las palabras conocidas lo que sucedió en un año (¡un año entero!) que nos trastocó casi todo lo que conocíamos, que nos partió al medio?

A comienzos de marzo del 2020 estábamos con los ensayos finales, dejando todo a punto para estrenar junto a GREyT la obra “El policía de las ratas”, una adaptación del cuento de Bolaños por José Luis Arce; nos instalábamos en jornadas eternas en una sala a montar escenografía, armar dispositivos lumínicos y sonoros, repasar en escena cada movimiento, cada entonación. El estreno estaba previsto para el primer fin de semana de abril. También, junto a Tres Tigres Teatro, teníamos previstas funciones de “Esta noche hay corso”, que por suerte ya habíamos estado haciendo durante el verano en diferentes espacios abiertos de la ciudad y las afueras. Y de pronto, lo que ya todes sabemos… La infinitena.

Tuve la suerte de “encontrame” con una experiencia nueva que me acercó a eso que tanto me mueve, a actuar de nuevo. A mediados de año, junto a Brigada Clandestina, participé de eso tan raro que llamamos Teatro Virtual y que en realidad no sabemos bien qué es, pero es lo más similar a eso que sabemos hacer. Decidimos llamarle entre nosotres Experiencia Escénica Virtual. Así, semana tras semana nos encontrábamos por Zoom a ensayar, los grabábamos y sobre esos materiales corregíamos, ajustábamos y avanzábamos. Del mismo modo definíamos los vestuarios, las locaciones, la iluminación, los movimientos frente a la cámara, con la asistencia indispensable de la Cooperativa Audiovisual. Y así se desarrollaron las funciones, cada une en su casa, con esa copresencia del partener al otro lado, y el público con sus micrófonos silenciados. Con el corazón corriendo una maratón, por el riesgo que implica siempre ese salto al vacío, sumados los rezos por que no se corte la luz ni se caiga internet. Al final de cada osadía que eran esos sábados a la noche, todes (elenco y espectadores) prendíamos las cámaras y audios para saludarnos, brindar y agradecer por hacer posible ese simulacro de encuentro ritual que es el teatro… Y la compu se apagaba, y no sé, cada une volvía a su rutina, a su confinamiento.

Entonces me animo a decir que fue un año de proyectos que quedaron en stand by y otros que nacieron. Fue también el año de emocionarme viendo en una pantalla a les chiques de la Fundación Pueblo, donde trabajo, crear y crecer, el año de aprender a hacer Radio Sandía en los “vivos” de Facebook tres veces por semana.

Cada quien se inventó, como pudo y con lo que podía, actividades para no caer en la rutina agobiante del encierro, aprender nuevas recetas, los budines, el pan con masa madre, los dulces caseros, la maceración para licores, tejer al crochet, la cosmética natural, el reciclado y el bricolage.

Imagino que algún día, reunides, vamos a recordar y reírnos de las infinitas cosas que hicimos por videollama: las juntadas donde cada une en su casa preparaba la mesa, servía la comida, destapaba un vino y charlaba con sus amigues o familias pantalla mediante; los festejos de cumpleaños o el día de la madre, las consultas médicas, la presentación de la sobrina que acababa de nacer… Rituales que sin el encuentro resultaban insulsos y hasta angustiantes cuando la pantalla se apagaba y el entorno estaba vacío, las mismas paredes de siempre. ¡Las clases virtuales! Cómo no mencionar la bendita “educación remota”, día tras día revisando, reformulando, reinventando, escribiendo, grabando videos, reunión tras reunión tras reunión, leyendo y releyendo el protocolo del protocolo del protocolito, los memos ministeriales, las recomendaciones, los materiales pedagógicos y una larga lista de etcéteras que muy lindo quedaban en los papeles, pero ya lo dicen: en la cancha se ven los pingos y así les docentes hicimos un trabajo titánico poniendo todos nuestros recursos a disposición, trabajando hasta cuando no debíamos, con el teléfono, la computadora y la cabeza detonadas (hasta el día de hoy).

Quizás lo más difícil de vivir en el contexto que implicó el año pasado y que aún en algunos casos continúa, fue lidiar con la muerte. Despedirnos a la distancia de seres amados. Armar en nuestras cabezas la idea de no ver más a esa persona e inventar rituales de despedida, prender una velita, desear un buen vuelo y llorar en la soledad de un patio. En el mejor de los casos, un velorio pequeño con el barbijo empapado de lágrimas y mocos.

Tocando este tema, pienso, la pandemia paradójicamente me permitió compartir los últimos meses (permiso de circulación de por medio) con mi abuelo. Religiosamente lo visitaba, a él y a mi abuela, todas las semanas. Primero me fumaba un cigarrillo en el patio, después me preparaba el mate, les hacía un té a cada une, bien caliente y con leche para el Toni, y le llevaba su merienda a la cama, le contaba lo que pasaba afuera, escuchaba sus chistes (bien oscuros a veces), sus anécdotas del pueblo de Italia donde creció, me recitaba algún poema en Francés o algún pasaje de la Divina Comedia en italiano. Un domingo antes de irme lo desperté (porque se dormía a cada rato), le di un beso y le dije que descansara, me miró, me agarró fuerte la mano y me agradeció la visita. Ese fue nuestro último encuentro. Ahora el Toni Marello de seguro está con su mamá, tanto le pidió que lo lleve con ella que la Nona Teresa lo hizo. Esos encuentros con él, en plena pandemia, para mí ahora son un tesoro.

 

2015

El 2015 me encontró… O yo lo encontré… ¿Quién encuentra a quién?…

(nota: hablar de esto con la psicóloga…)

De nuevo, hacer un balance del año que termina no es sencillo teniendo en cuenta el «shock» que las últimas semanas vienen dándonos en materia de nuevo gobierno. Tristeza indisimulable. Hacer un balance en materia teatral, tiene para mí dos aristas inmediatas: la personal y la del medio en que vivo, el teatro.

Personalmente, el 2015 transcurrió floreciendo a medida que sucedía, tranquilamente podría decir «hice de todo»… ¡Sí! La generosidad de los grupos y los hacedores ha estado presente sin discusión y eso me (nos) permite hacer teatro. De la mano de mis queridos Tres Tigres Teatro monté luces, iluminé y bailé desde la consola junto a «Esta Noche Hay Corso» cuando su iluminador no podía estar.

Junto al gran José Luis Arce y GREYT (Grupo de Estudio y Trabajo) fui asistente de dirección de «El Examen». Con ellos también montamos y actué en «Pena de Fuego» (obra ganadora del concurso de Teatro independiente de Bancor), estas dos últimas tuvieron próspera vida y participaron del Festival Internacional de Teatro del Mercosur.

El colectivo de Señores Niños ¡Al Teatro! me convidó a mirar desde afuera y dar mis opiniones al lado de Carlos Piñero en el espectáculo creado para celebrar la apertura en los 15 años de tan enorme festival: «Una Vuelta Más». El desafío más grande, quizás, fue dirigir mi primera obra junto a Sabandijas Teatro, proceso largo y gratificante donde tres actrices se atrevieron a construir de cero un mundo de deseos ocultos y frustraciones cotidianas llamado «Causalicidio». Desafío doble resultó: ocupar uno de los roles más difíciles a mi parecer y tener entre las «dirigidas» a mi mamá, la Sandra.

Aproveché también «la formación», tan necesaria en quienes hacemos esto, en territorios casi inexplorados como el clown y la improvisación.

Gracias a aquellos que nos comparten su conocimiento, la Juli Daga, la India Roldán, la Pato Taborda, Toto Castiñeiras. Darse ese tiempo y tener ganas de lanzarse al juego ávidos de aprender es un poco también lo que nos mantiene vivos.

En medio de todo esto seguí mis clases semanales en la Fundación para personas con discapacidad Pueblo Nuevo donde junto a mi compañera-maestra la Nella Férrez intentamos hacer que el teatro sea para nuestros chicos un espacio de encuentro y creación genuina. Y Pueblo Nuevo este año se vistió de Arte, indiscutiblemente.

Yendo un poco más allá, o más acá, veo a Córdoba como un gran semillero de teatro. Córdoba tiene mucho teatro, teatro hermoso. Teatro que cada año estrena obras a rolete, en todos los formatos y para todos los gustos, «para la cartera de la dama o el bolsillo del caballero». Las salas y los grupos independientes brotan sin parar, a mí me cuesta a veces llevar la cuenta. Nuestro teatro es enorme, ¡tenemos que hacernos cargo de eso!

En Córdoba creamos y nos encanta eso que hacemos. En Córdoba hemos crecido, desde todas las artes, porque hubo un estado nacional que decidió que sus políticas acompañaran a los artistas. Deseo profundamente que ese crecimiento continúe.

Deseo también que el año que ya nos pisa los talones nos encuentre en las salas y en las calles. Que nos encuentre mirándonos a los ojos, aprendiendo, compartiendo y construyendo juntos.