• Fran Malbrán

Fran Malbrán

2020

Foto: Rodrigo Brunelli.

La productividad, los derechos de autor y los derechos del arte.

Este año me convoca Redacción 351 para participar de su ya consagrado anuario de la cultura cordobesa. Me tomaré la libertad de interpretar la consigna de la redacción en su sentido más amplio (cuando dice algo como: «pueden escribir lo que quieran, desde un cv del año, hasta una poesía»). Voy, entonces, a hablar de dos temas que me atraviesan desde el arte, en orden cronológico.

La productividad actual consiste, literalmente, en construir edificios en los que no puede vivir nadie.

En primer lugar pienso que, contrariamente a muches músiques que encontraron en los efectos colaterales de la pandemia un mayor afluente de productividad, lo mío ha sido más bien escaso. Esta es una sensación recurrente en realidad, en estos años de youtubers, influencers y todo cuanto requiera para su existencia, un continuo y consistente chorro de «productividad». Una productividad voraz, podría decir, pues de no alimentarla con ritmo frenético los algoritmos de actividad harán que tu perfil empiece a mostrarse menos, que tu música comience a «perder» streams, etc. En un sentido digitalmente social, que empieces a desaparecer.

No hablaré de lo obvio: Cantidad vs Calidad.

Sí hablaré respecto del título y su literalidad: no se trata de un clickbait (una carnada digital para lograr un clic), se trata de un pensamiento recurrente que surge de mi profesión como Licenciado en Computación: ¿Qué impacto tiene, en el mundo real (es decir, físico), el generar contenido digital continuamente?

Daré un poquito de contexto nerd. La pregunta anterior sería: ¿Qué es «la nube»/el «cloud»?

Cuando subimos un video, una canción, una imagen (ya sea a Spotify, YouTube, Instagram, Facebook, etc.) queda almacenada en «la nube». ¿Y qué es «la nube»? Extremadamente simplificada: una computadora con un disco duro donde se almacena tu imagen, tu video, tu canción o lo que sea que subiste. Está 24 horas al día, 365 días al año prendida y conectada a internet y su trabajo es recibir el contenido que la gente sube y mantenerlo accesible para quien desee verlo. A esta computadora nadie la está «usando» físicamente. No tiene un teclado, ni un mouse, y mucho menos una pantalla. Es un servidor.

Ahora bien, evidentemente una sola computadora no es suficiente para almacenar el contenido de todo el mundo (¿a quién no se le llenó el disco duro alguna vez?). Son muchas. Muchísimas. Y se almacenan en edificios gigantescos y refrigerados: los famosos Datacenters o Centros de Datos. Edificios helados en los que no vive ni podría vivir nadie.

Dado este contexto concluyo que «crear contenido» es, literalmente, forzar la necesidad de poner un ladrillo en la pared de un futuro datacenter. Y, como el contenido es frenéticamente demandado por las propias redes sociales y sus algoritmos (sus formas de “pensar” y “actuar”), el ritmo al que estamos poniendo ladrillos en estos edificios sin vida, también es frenético.

Y la frutilla del postre de este pensamiento desolador es: de todo el contenido subido a internet, ¿qué porcentaje estará “vivo”? Quiero decir: Se suben 800 horas de video por minuto a YouTube. ¿Cuántos de esos videos serán vistos frecuentemente? ¿Cuántos se verán por única vez y dejarán de verse por siempre jamás? En otras palabras: ¿Qué porcentaje de estos edificios será en vano?

Todo esto me da escalofríos y me genera una profunda ambigüedad al momento de usar las redes: ¿Hago caso de la demanda digital y genero contenido continuamente? ¿O las uso a mi modo a costa de su efectividad?

No lo tengo resuelto.

Los derechos de autor versus los derechos del arte.

Este año me encontró colaborando y generando versiones de temas de otros. Mi modo de encarar una canción de otro autor es siempre distinto, pero tiene una constante: lo quiero diferente. No quiero hacer un cover en un sentido imitativo, no es esa mi búsqueda. Lo que quiero es recrearlo. Redescubrirlo, desafiarlo, revestirlo, desarmarlo y volverlo a armar. Nutrirlo de mi esencia. Lograr que el resultado de ese quehacer tenga elementos que sorprendan al “oyente del original”, sin perder la identidad que llamó su atención en primera instancia, pero agregando mi propia identidad.

Cuando escucho estas cualidades en versiones ajenas, me generan una emoción hermosa, mezcla de admiración, sorpresa y de una alegría intrínseca a la presencia de lo creativo y de un nuevo punto de vista sobre algo que creía conocido. Eso busco. Eso quiero brindar.

Las dos canciones que me atravesaron están, originalmente, en idiomas extranjeros. La primera, “Leve e suave”, del genial cantautor brasilero Lenine, en portugués. La segunda, “Ain’t No Sunshine”, del famosísimo Bill Withers, en inglés. En ambos casos por una cuestión intuitiva, de necesidad creadora y de deseo de compartir con mis coterráneos, me propuse traducirlas.

No quería que se escuche sólo “la música”, sino también la letra, que para mí es igual de fundamental en una canción que su armonía y melodía. No sabía en qué odisea me estaba metiendo.

Allá por el 2017 había tenido algunos problemas con Sony y la canción «Blackbird» de los Beatles (una de las canciones más versionadas del mundo). Cuando quise subir este tema a las plataformas de música oficiales como Spotify, la distribuidora me pidió una licencia o autorización para versionar el tema. Era mi primer disco. Busqué cómo hacer. Me metí donde se ve que no se metía nadie. Hablé con gente de Sony Music (con quienes parece ser que no habla nadie) para mostrarles mi versión y pedir su autorización del modo más naive. No me la dieron, claro. Argumentaron que el tema era «muy diferente al original». Yo leía atónito el mail pues ya existían hace rato cosas como “Bossa & Beatles”… ¡Claro que mi versión era diferente!

Por aquellos años descubrí que este problema se solucionaba simplemente con dinero: se compra una licencia a una entidad X, gastás unos 20 dólares, y, si no tenés muchos streams, seguidores, etc., todo tranquilo y legal. Hablamos de Copyright y de derecho de autor norteamericano.

Ahora en el 2020, pensé que las cosas irían por el mismo camino. Pero no (debí haber leído con más atención el primer manual del INAMU). Después de comprar las licencias, me di con que una traducción es una modificación sustancial de la obra (como cambiar su melodía), y que, por tanto, ya no se considera un cover. Ni siquiera se considera una “versión”. Se considera «obra derivada». Y para poder hacer una obra derivada, se necesita permiso expreso de su autor. Hablamos del derecho de autor argentino.

Ahora nos detengamos un momento. ¿Cuál será el sentido de que un autor tenga la potestad de autorizar o desautorizar a otre a interpretar algo de su autoría? ¿Por qué un autor debería ser quien elija qué porcentaje de las ganancias de una interpretación de su obra le corresponden? ¿Qué pasaría, por ejemplo, si decide que ese porcentaje es el 100%? ¿Por qué una compañía que posea los derechos de autor de una obra tiene potestad aprobatoria o desaprobatoria sobre qué versiones, interpretaciones o modificaciones se pueden hacer sobre la obra (incluso ya fallecido el autor)? Y más importante aún: ¿En beneficio de qué y de quiénes funcionan estas restricciones?

Luego de estamparme contra esta realidad burocrática, averiguando me enteré en detalle de que el derecho de autor argentino está basado en la filosofía del “Derecho Romano” y que contempla dos derechos fundamentales: el Derecho Patrimonial y el Derecho Moral. Dice el “Manual de formación número 1 – Derechos intelectuales en la música” del INAMU: “Los Derechos Morales están íntimamente relacionados con la personalidad del Autor. Su fundamento está en la salvaguarda del honor y el prestigio del Autor. Los Derechos Patrimoniales posibilitan que el Autor efectúe la explotación de su obra, por sí mismo o que autorice a otros a realizarla, que participe en dicha explotación y que obtenga un beneficio económico.”

Mi primera impresión al leer este párrafo fue de sorpresa: las palabras “honor” y “prestigio” no sólo me resultaron extrañas, distantes y anacrónicas, sino también ajenas a mi concepto de arte, a mi búsqueda como artista.

Dice la escritora Liliana Heker en su libro “La trastienda de la escritura”: “(…) Y a aquellos que con pasión e incerteza buscan sus palabras, cualquier receta para “volverse prestigiosos” les resultaría inútil. (…) Estarán distraídos, buscando la palabra todavía no dicha o luchando contra la muerte (…). Saludablemente inmunes, todos ellos, al aura inservible del prestigio”.

Se me dificulta pensar en una circunstancia tal que, una vez que un autor escribió/compuso una obra, un tercero puede tomar esa obra y modificarla de manera tal que afecte el honor o el prestigio del autor original. Aún si un otro hiciera una parodia, una burla, o una comedia de un drama… ¿Cómo afectaría eso a la obra original, o a su autor, o a su integridad? A mi parecer, una vez que creamos una obra, esa obra pasa a ser del mundo. Y lo que el mundo haga con ella es responsabilidad del mundo, no nuestra.

El Manual del INAMU dice que “el derecho de autor es su salario”. Habla, por supuesto, de los derechos patrimoniales. Tiene mucho sentido y no suena para nada restrictivo: si ganás dinero usando una obra, pagás un porcentaje de ese dinero a su autor. En cambio, cuando se describen los derechos morales, muchos de los apartados utilizan términos duros y restrictivos. Particularmente “autorizar” e “impedir”. Menciono algunos de los que más me llamaron la atención:

“Derecho de Integridad de la obra como entidad propia”: El Autor puede impedir cualquier tipo de mutilación, deformación o modificación de la obra. No puede alterarse su título, forma y contenido.

Derecho de Adaptación: A adaptar o autorizar la adaptación de la obra.

Derecho de Traducción: A traducir o autorizar la traducción de la obra.

Derecho de Arreglar la obra: A hacerle arreglos o autorizar arreglos ajenos.

Me pregunto si estas legislaciones no podrían ser utilizadas en contra del arte mismo. De los “derechos del arte”. De su evolución y crecimiento como entidad independiente a sus autores. De su libertad. Me da la impresión de que estas legislaciones responden más a la “salvaguarda” del ego del artista que a la de sus “derechos”.

El «espíritu original de la obra», es, a mi modo de ver, lo primero que se desarma ante una interpretación cualquiera. Creo que nuestros contextos de espectadores, nuestra idiosincrasia, nuestra cultura y hasta el estado emocional en el que nos encontramos, nos hace intérpretes únicos. Y el encuentro de ese contexto con el de la obra, da lugar a una infinidad de fusiones comunicacionales que son, a mi juicio, el meollo de toda cuestión artística.

Si con nuestras leyes propiciamos impedimentos para interpretar (que para mí siempre es “reinterpretar”), para hacer “obras derivadas”, para traducir, para apropiarse de, reinventar, actualizar, parodiar, arreglar, alterar, etc. y dejamos todo eso en mano de los autores, es decir, de su ego, o de las instituciones que los representan, o que ni siquiera los representan pero tienen potestad de sus derechos… ¿No nos estaremos perdiendo de mucho? ¿Dónde terminan los derechos de autor y empiezan los del arte?

 

2018

El 2018 me latió el pueblo, o quizá, la puebla. Las calles se inundaron de gente tantas veces, porque tantas veces nos subestimaron.

Nos convertimos en equilibristas profesionales donde todo lo que nos importa reposa en incontables platos cuyo balance coquetea entre la ansiedad y la incertidumbre. Al malabar diario de la supervivencia capitalista se le intensificaron gravísimas tareas ante los cada vez más burdos retrocesos del estado: no perder más derechos, estar atentos a todos los frentes, no perder la dignidad, no agotarse, no dejarse amedrentar, no empobrecer, no morir.

Pero, a pesar de este contexto recesivo en todas sus semánticas, dos revoluciones fundamentales mantuvieron mi ánimo a flote y mi coraje encendido: Primero, las mujeres y su titánica lucha, que se sentó en todas mis mesas y me increpó en todos los espejos. Que late en el mundo y que nos pone continuamente en jaque como sociedad para, al fin, evolucionar (y creo fervientemente que lo está logrando).

Segundo, la proliferación constante de propuestas artísticas, que también viene de personas que reman contra las corrientes y las predicciones, manteniendo viva y con la frente en alto a nuestra bienamada cultura. El INAMU que sigue en pie, la infinita cantidad de proyectos nuevos que al fin acceden a la posibilidad cada vez más utópica del disco, y la tarea también crucial de aquellos que promueven nuestro arte.

Este año me sentí, valga la redundancia, profundamente humano.

«Náufrago» al fin se convirtió en un disco físico. Me corrijo: al fin pudimos convertir a «Náufrago» en un disco físico. Y ese «pudimos» abarca tanta, tantísima gente que es difícil de creer y con la que estoy inmensa e infinitamente agradecido.

La presentación fue, sin dudarlo, el evento más emocionante de mi carrera musical. Entre los versos de las primeras canciones se fugaba con ímpetu absolutamente anárquico, un cardumen de lágrimas que querían ser parte de ese encuentro que me desbordaba y que será, claramente, inolvidable para mí. Terminar a coro con todo el Graciela Carena cantando fue una conclusión bellísima que termina de resaltar eso que quiero decir: detrás de este disco hay un mundo de gente participando, siendo parte de. En ese sentido, es un disco coral (como creo que es, finalmente, casi todo proyecto artístico). Gracias.

Me encontré nuevamente con el teatro y la danza en tres obras que atravesaron toda mi esencia y que me demostraron una vez más que el complemento de las diferentes disciplinas del arte es transformador y resignificante. Ser parte del proceso de creación de una obra y ver cómo la música y la danza o el teatro empiezan a dialogar en los ensayos, cómo se va reinterpretando la una con la otra, las nuevas dimensiones que se generan en ese fluir circular hasta desembocar en una obra terminada, no deja de encantarme.

Empiezo el 2019 con incertidumbre, la verdad, pero lleno de canciones e inquietudes nuevas.

 

2017

Sin dudarlo lo más importante de este año para mí fue que el 4 de noviembre presentamos en la radio «Náufrago», mi primer disco como cantautor y como productor independiente, que en paralelo se publicó en las plataformas digitales.

Complemento perfecto de este suceso fue que la inmediata campaña de financiamiento que hicimos en Idea.me con Víctor Rosales, co-productor y guitarrista del disco, llegó en el último día del año al 102%. Fue genial y muy motivante recibir tanto apoyo de la gente y de algunos medios. Los agradecimientos son infinitos a tanta gente que hizo posible el disco de una u otra forma.

Pero el año tuvo un montón de cosas lindísimas y nuevas:

-Empecé a componer música para cine participando del Córdoba 48hs film project, buenísima experiencia que me hizo conocer muchísimo del mundo del cine y mucha gente copada.

-Descubrí y estoy explorando el mundo de la la composición para video juegos, y conocí a la generosísima comunidad del «Foro Audio de Videojuegos y Cine». Fui parte del mundo de danza-teatro cordobés participando como músico en escena de «Loop», de Compañía Metazoa.

-Con todo lo aprendido durante la grabación y producción del disco, empecé a hacer mis primeras producciones para televisión y YouTube, como técnico de grabación, ingeniero de mezcla y masterización, y compositor. Si todo sale bien se empezarán a ver en la primera mitad del 2018.

Todo está incipiente y creciendo, y eso me enorgullece y me motiva.

El 2018 se viene con la edición física del disco y la presentación en vivo, la difusión, y sobre todo, una intensa necesidad y motivación de producir, producir y producir música en todas sus formas. Hay un proyecto más pero no la voy a decir para no quemarlo. Si se da, va a ser un gol de media cancha y lo voy a anunciar con bombos y platillos porque la alegría será inconmensurable.

Mientras tanto, infinitamente agradecido por un 2017 intenso y cargado de cosas hermosas que me cambiaron para siempre.

 

2016

Fue un año un año lleno de actividades y nuevas experiencias. Lo termino contento y orgulloso, porque supuso además, muchos momentos compartidos, y en esos encuentros está, para mí, la magia, el sabor y la recompensa del quehacer musical.

En este año compuse la música de dos obras del grupo «Muu’k Danza»: «Oblitus», obra de danza contemporánea dirigida por Erick Sánchez; y «De cuentos impertinentes y otras especias insolentes», especial obra de narración oral basada en cuentos de Saki, dirigida por Georgina Ravasi.

También tuve el gusto de componer y tocar en vivo la música para «Loop» de «Compañía Metazoa», obra de danza contemporánea dirigida por Johana Cessiecq.

Finalmente y a la vez, principalmente, a este año lo atravesó de punta a punta la grabación y producción de mi primer disco como cantautor: “Náufrago”. Pero hablar en singular en este caso es inverosímil: Victor Rosales, guitarrista y amigo entrañable, es el co-productor (además de instrumentista) de este disco y ha sido un codo a codo genial que concluyó el año con el 100% de la grabación. Nos queda un verano de edición, mezcla, masterización y packaging. Y luego… ¡la presentación oficial! Ya estoy ansioso.

Quiero agradecer mucho a todxs lxs que sumaron y suman: lxs que andan siempre cerca con palabras de aliento y el abrazo preparado, lxs músicxs, lxs bailarinxs, lxs directorxs, lxs técnicxs, lxs oyentes, lxs difundientes, lxs atentxs. Hamlet Lima Quintana diría que «hay gente que es así, tan necesaria».

Me siento contento de conocer y haber conocido a tanta gente que me recuerda a ese poema.

 

2015

Hace algunos años atrás, navegaba por los mares de la multiplicidad de posibilidades de la música, un proyecto de cantautor. Por ese entonces, cuando había una mitad de repertorio desenmarañado y otra mitad por explorar, apareció “Algo más en el equipaje”, banda que me complementó y me instó a formar algo nuevo. Algo que le agregó a aquella búsqueda, dinámicas más jazzeras e instrumentales, y me enriqueció como pianista, cantante y compositor.

El año que corre me encontró “desbandado”, y la opción fue clara: volver en busca del náufrago inexpugnable. No para intentar salvarlo; no para cambiarlo de estadio ni para intentar dilucidar el final de la historia. En vez de eso, me senté a acompañarlo en el viaje. Y de a poquito, me mudé nota por nota de piel. Y cuando me di cuenta, estaba ahí, en ese contexto “naufraguil”, detrás de esos ojos, sintiendo el sol y las gotas de agua salada en su cara.

Eso es lo que terminó de darle forma al todo, y el 25 de Julio presenté por primera vez en un show, todos los temas del disco ahora en grabación, que por supuesto, se denominó “Náufrago”. Pero la soledad del naufragio no fue tan solitaria en realidad. Tuve y tengo el gustazo de ser acompañado en este proyecto por un gran amigo y un gran músico: Víctor Rosales en guitarra y voces. Con él también ideamos y producimos este año el proyecto “Irreversión”, un ciclo de versiones multimediales que pretende absorber, mascullar, deformar y reformar de manera irrestricta, irreverente e irreversible (entre otros «irres») composiciones de orígenes, estilos y mensajes diferentes, no para homogenizarlas, sino para ponerlas cara a cara y esperar que se guiñen un ojo.

Estrenamos el primer capítulo el 11 de noviembre pasado y ya recibimos cantidades de feedback que nos hacen seguir con más ganas aún en la gestación del segundo.

El 2016 viene con el segundo capítulo de Irreversión (en los principios), y los demás claro, terminar de grabar y masterizar “Náufrago”.

¡Espero que la marea traiga muchas cosas más!

Ver más