• Lucas Heredia
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Lucas Heredia

2019

Ladran Sancho, señal que cabalgamos.

En el 2019 como músico de la escena independiente sentí en el cuerpo cómo el pulso de una sociedad golpeada por la peor manifestación del neoliberalismo en lo que va de nuestra corta vida como país, hacía de cada recital un triunfo de seguir existiendo. Tuvimos que hacer el doble o el triple de esfuerzo para generar las mismas condiciones con las que hace cuatro años atrás contábamos de cajón.

Pero en ningún momento aflojó este camino de hacer en canciones. Hubo que ponerle más que nunca el cuerpo, eso sí. Salir a manejar más kilómetros con mi auto, ir a riesgo en lugares donde no teníamos idea de qué iba a pasar y que estaban lejos del alcance de nuestras herramientas de difusión. Pero contra todo pronóstico, cada recital fue increíble. Puedo decir incluso que fue el año en el que más toqué en toda mi carrera, con más de sesenta shows. La diferencia fue ademas que cada recital se convertía en un espacio de congregación donde la resistencia de la manera en la que elegimos vincularnos con nuestra tierra, respiraba en los abrazos y en saberse parte aún viva de ese país más que nunca invisibilizado.

Desaparecieron espacios fundamentales de nuestra escena como Cocina de Culturas y un montón a lo ancho y lo largo del país, espacios de difusión, canales, programas, como resultado del ajuste, de los números imposibles y el claro abandono de la cultura en las políticas públicas. Pero a pesar de todo seguimos haciendo y logrando sostenernos en el envión de nuestra artesanía. Aparecieron casas y patios que reinventaron la sutileza de cada encuentro. La creatividad al palo para salvar esto que somos y creo que para hacernos mejores.

Dice Daniel Moyano en su increíble libro “Tres golpes de timbal”, cuando habla sobre un pueblo que tuvo que exiliarse de la ciudad que arrasaron los vaciadores: “La desaparición de Minas Altas nos hizo darnos cuenta que somos algo”. Tomando ese fragmento hago la reflexión de que la decisión de invisibilizar la escena independiente musical como expresión de la contracultura también consagra la existencia molesta de esto que somos para el poder central. Y se notaba en cada encuentro, en cada escenario, en la gente de los espacios y el público que iba a cada concierto. Y creo que esa pujanza de esta escena me dio la posibilidad de tocar nuevamente por muchos lugares del país pero sobre todo en una puerta que se abrió en Buenos Aires donde pude ir a tocar más de 6 veces en el año, a sala llena y recibir invitaciones de lugares de gran vidriera nacional como La Peña del Morfi por tercera vez y Últimos cartuchos en Vorterix, lo que tuvo una repercusión en todo el país y nos dio un envión bárbaro.

Se consolidó el proyecto de banda La Sinfín con la que pudimos concretar un montón de conciertos en un formato que por lo ambicioso de su realización siempre es muy difícil de sacar y pudimos realizar una serie de cinco videos con total producción local.

También empezó a consolidarse el dúo con mi compañera Vicky Nycz, con la que tuvimos más conciertos, todos muy hermosos.

Fue un año en el que empezó la composición de un nuevo disco que si todo sale bien, saldrá este año. El año de más encuentros con artistas queridísimos en canciones, recitales, en charlas y guitarreadas interminables de las que salen las fuerzas y la fe de seguir haciendo.

Fue el año de Mateo, mi hijo, ordenando todo el tiempo a favor del amor, hasta convertirnos en el amor y rehacer todo el sentido de cada fuerza hasta que el problema más imposible y el ego más indisoluble se rindieran en la urgencia de darle su horizonte y hacer que el inicio de todo sea su existencia.

Estamos más enteros que nunca, con verdades que se asientan en los días, con más claridad del lugar del que soy parte, a pesar de tanto que quiere hacernos olvidar para qué estamos hechos.

 

2018

Foto: Fernanda Márquez.

El año que pasó estuvo marcado por el nacimiento de mi primer hijo Mateo. Podría decir que desde entonces otro tiempo y estado de conciencia hacia todo lo que existía cambió para siempre. Me cuesta pensar que algo mas pasó en todo el año. Todo el mundo de la música, las canciones, los vínculos, mi relación con el suelo que habito se resignificaron.

Me atrevo a decir que la persona que creí ser hasta ahora entra en una refundación, diluyendo egos, problemas que parecían existenciales y las banderas que mueven el mundo vuelven a replantearse su razón de ser.

La vida se abre paso implacablemente sobre todas las nociones del tiempo y aquellas realidades que parecían definitivas toman una dimensión más de ilusión coercitiva que de verdad. Amar hasta morir es volver hacia la esencia de lo verdaderamente indispensable para permitir que la pulsión de la vida que descansa en la memoria del cuerpo pronuncie otra visión de lo que vinimos a ser. Mientras tanto hubo muchas cosas inolvidables. La apertura de Cosquín con mi hermano Ramiro González, Televisión abierta nacional por primera vez y la explosión en redes, ediciones en Japón, conciertos de a montones, pero tengo la sensación de que todos son fractales de esa luz que viene con este retoño.

Recuerdo especialmente el concierto que decidimos dar en El Cuenco, sin sonido, bien íntimo, con mi compañera Vicky, amor de la vida misma. Quisimos ante la proximidad del alumbramiento hacer un recital para cantarle a Mateo, nuestros hijos del corazón, a nuestra familia, amigos, nuestra historia. La panza estaba que explotaba. La voz nos salía de lugares que nunca habíamos sentido. Las luces eran tenues, el silencio conmovedor. Se sentía que estábamos abriendo un portal, un ritual del inframundo que resonaba en gentes de fe sin saberlo como parte orgánica de las sonoridades que nos convocaba y de la que solo éramos un medio. Cuando terminó la última canción Vicky se levantó y se me acercó en un abrazo para siempre. En ese mismo instante empezaron las contracciones.

La vida se abre paso. Todo lo demás, si realmente fuera importante debería venir de esa misma semilla para justificar su existencia y ocupación en nuestro paso por el mundo.

Ahí no hay crisis ni nada que pueda voltearte.

De ahí vienen las estrellas, las flores, los ríos, los abrazos, la poesía y las canciones importantes.

 

2017

Este año ha sido para mí de una intensidad inusitada. Pienso que como contrapeso de tanta maraña de sombras que andan luchando por un lugar en las cúspides de la tierra, también brotan luces incandescentes por doquier y eso generó una constante tensión por disputarse las verdades en el cielo y la tierra. Así como musgos que van atrapando a las piedras y transmutándolas en reservorios de vida, siento que la trinchera del arte asume su voluntad de revolucionar. Y eso agita, sale al frente a poner el pecho. Y si se siente en el cuerpo.

Esto lo digo no sólo en el aspecto de los hechos tangibles sino también en el ámbito de las sensaciones y la intuición que hace ascender lo invisible. Porque de eso estamos hechos quizás los músicos, de una sensibilidad que tiene el anhelo de preservar, entre tanto efímero, la humanidad que nos conmueva y nos salve del precipicio.

En eso estaba el seguir diciendo y cantando que me encontró editando mi tercer disco de canciones propias, cuarto material desde mi época solista. Un disco que entre tanta marea de locura sale a buscar verdades intemporales que nos resguarde en lo indispensable: una cotidianeidad que se asume en el amor como única fe indiscutible, la necesidad de despojarse del tiempo impuesto para encontrar el propio y hacer sobrevivir las verdades que tanto nos cuestan.

Salí a recorrer por Europa y poner en movimiento estas certezas. Por primera vez en mi vida crucé el charco. El mismo pibe que vivía en Barrio General Bustos y que fue salvado por la música salía a hacer sonar sus canciones a tanta distancia de la tierra que lo inventó. Fue muy inmenso ese viaje. Y fue tremendo saber que este torbellino de vida, que se manifiesta aún más en los países pisoteados por la historia como los de la Patria Grande, nos hace defender en cada música una manera de la certeza y la pasión con banderas que hacen rechinar los engranajes oxidados de un Viejo Continente empachado de un bienestar del capitalismo que también los tiene dormidos y con la pólvora mojada para contestarle al orden impuesto. Fue salir para entender que la escena argentina, pero fundamentalmente la cordobesa, no tiene nada, pero nada que envidiarle a cualquier escena del mundo.

Y entonces al volver vino la presentación del disco «Sinfín» con toda esa cosa revolucionada adentro y nuevamente encontrarnos con un teatro Luz y Fuerza apretujado de personas consustanciadas con esta escena cordobesa, en la emoción de reconocernos, de defender este jardín de gente y en los que vamos en cada canción. Fue un show increíble y que luego llevamos al resto del país en el inicio de una gira que seguirá el año que viene.

Fue un año de mucho trabajo. De muchos shows que se convirtieron en lugares de encuentro y casi rituales para sanarse y saberse cerca de las personas necesarias. Reeditamos «Lo mínimo indispensable» con diez shows a sala llena en El Vecindario. Se repetían las apretujadas ya más como una necesidad colectiva que por el hecho del recital mismo.

Hay tanto que nos duele en estos días y simultáneamente tanto que somos reaccionando. Esta es mi tierra más que nunca, aunque a veces me duela tanta esquizofrenia de rumbos y de saber para dónde vamos.

Pero hay un bastión de arte que se la banca más que nunca. Que tiene más claro qué lugar le toca, con músicos maravillosos y un público que se sabe parte de esa resistencia.

 

2016

Foto: Sergio Manes.

Siempre tuve la sensación de que la consciencia del tiempo es un espacio en disputa donde la cultura y el poder van jugando con distintos relatos sobre la historia.

El sentido de estar, la sensación de transcurrir interviniendo aunque sea ínfimamente en ese parámetro omnipresente termina de configurarse en la fe misma de que uno viene a aportar algo a este mundo para el bien de encender una que otra luz en el horizonte compartido y que ese aporte se hace todo el tiempo porque todos quieren que suceda.

Este año y luego de este giro anunciado en el rumbo de la realidad política, económica, social  del país, la primera pregunta que me hice fue ¿Para quién canto? ¿Cuál es el rostro del sujeto que escucha del otro lado? ¿Qué sentido tiene hacer esto, grabar, decir?

Nunca pude escindir mi hacer de la necesidad colectiva. La necesidad de sentirse parte para que lo que se pone en juego no sea una gota en el mar. Sentirse abrumado por una realidad que desafía en el sentido común de lo que somos en conjunto, me puso en jaque. Con un disco en la gatera, terminado de punta a punta en una maqueta en enero, necesitaba sólo el envión pragmático de concluirlo en estudio. Pero no fue fácil. No sólo porque grabaría todos los instrumentos y la producción artística recaía (por propia decisión) en mis hombros. Es que nunca es sólo mover perillas y músculos. Es la existencia toda la que va, cada forma del verbo que se conjuga con el cuerpo y el alma.

Eso hizo que recién en estos días de fin de año vaya apuntando hacia el final de ese proceso.

Son días que redefinen el lugar compartido. Una canción o un disco deben saber que vienen a un mundo. Son descendencia de ese mundo. Hacía falta encontrar esos rasgos genéticos para que puedan sonar. Justamente el disco nuevo se llama “Sinfín”. Pensé que con el nombre lo había conjurado a no existir. Pero después me di cuenta de que ese nombre significa la vida en ciclos eternos. Solo había que encontrar cuál era el engranaje que le tocaba. Y apareció.

Mientras tanto los días vinieron fecundos. Decidí entregarme a eso. Sin tantas claridades a veces es bueno dejarse llevar por el impulso donde todo empezó. A veces hay que mirar, volver a aprenderse y confiar en los brotes que el amor fue dejando consciente e inconscientemente en cada lugar donde uno anduvo.

Este fue el año en el que más recitales di desde que hago música. Más ciudades, kilómetros y pueblos, como nunca. Arriba de treinta. Como si los días me vinieran a buscar. A ser canción y canto plenamente. A encontrarse con cómplices en la música y en la vida. Hacer para ser. Ya habrá tiempo de entender.

Y es por eso que también sucedieron recitales compartidos inolvidables. Como que nos buscamos, para curarnos. Sabernos cerca y en el camino. Fander (que luego grabó para el nuevo disco), Julián Venegas, Damián Verdún, Seba Ibarra, Rodrigo Carazo, Tincho Acosta, Ramiro González, Ezequiel Borra, Vivi Pozebón, Emanuel Rodríquez, Clara Presta, Mario Díaz, Gonza Sánchez, Andrés Muratore, Caro Merlo, Maru Chamella, Pancho Cabral, Fede Seimandi y un montón más para recordar y construir el jardín de gente con el que uno quiere sembrarse.

Mientras tanto el simbronazo haciendo que algunas salas sientan el rigor de la economía. Sin embargo la conciencia de sí misma que tiene esta escena parece blindar sus pasos. Desafiar los cálculos. En eso metimos once recitales a sala llena en El Vecindario con “Lo mínimo indispensable”. Una muestra más de que en un lugar somos nosotros los que construimos nuestro propio tiempo.

Esa consciencia de nosotros mismos puede desafiar la historia. Lo que nos hace creer de la realidad. Sabernos necesarios y parte de ella, también depende de la creatividad, el valor que asumamos de nuestra participación y sobre todo que no somos dueños, sino resultado de una necesidad de nuestro pueblo.

No decidimos tanto lo que somos cuando sonamos. Confiar y tener fe en ese envión subterráneo de nuestra cultura quizás nos ayude a encontrar verdades que remplacen aquellas que se cayeron a pedazos simplemente porque no sirven más.

Ese será nuestro tiempo. Siempre y hasta que cumpla la función que vino a cumplir en el apero de las luces de nuestro paisaje sonoro.

Foto: Sergio Manes.

 

2015

No es sólo el comienzo de otro año. Es el comienzo de otra época, donde la creatividad, las certezas de compartir, los abrazos indispensables, serán los pilares de nuestros días.

Siempre las mismas ganas de encontrarse porque encontrarse con el otro, es encontrarse En el otro, para que los días tengan sentido.

Tengo la misma sensación de cuando está por aparecer una nueva canción, una prueba de que este tránsito por el mundo es algo más que juntar las monedas todos los días para justificar la existencia.

Las mismas banderas que valen todo el entusiasmo de poner todo en cada paso.

¡Vamos que venimos!

Que este año sea lo que hagamos de él con nuestra versión más pájaro de las fuerzas.

¡Salú!

 

2014

El 2014 ha sido un año muy intenso. Comenzó con una gira nacional que venimos sosteniendo ya por cuarto año consecutivo, recorriendo las ciudades más importantes del país. Tuve además el inmenso placer de la grabación y presentación como vocalista en el nuevo disco de Jorge Fandermole, lo que significa una bisagra en mi carrera.

También sucedió la presentación de “Puentes Invisibles”, disco que contó con la transmisión online para todo el mundo. Este material acústico a dos guitarras y voces fue el resultado  del trabajo de todo el año pasado junto al cantautor rosarino Julián Venegas, un hermano de la vida que encontré en esta búsqueda que la da sentido a eso de sonar en estos estuches de vida que son las canciones. Celebrar ese encuentro en este disco significa celebrar los dones del río subterráneo donde navegamos sin saber y nos sabemos menos solos cuando encontramos una verdad compartida.

Este año también significó la posibilidad de profundizar mi carrera como solista que comienza en el año 2010 con “Adentro hay un Jardín” y que hoy me encuentra con una agenda de más de treinta presentaciones durante este año, lo que es realmente un obsequio que me da el camino y este país maravilloso donde la música y la palabras florecen en cada rincón.

En ese camino se dan encuentros hermosos con grandes artistas de la escena local que en este año particularmente se dieron de manera constante y por coincidencias humanas que alumbraron.  Entre ellos están José Luís Aguirre, Rodrigo Carazo, Juan Iñaki, Ramiro González, Mario Díaz, Gustavo Bustillo, Gastón Testa y otros de la escena nacional: Sandra Corizzo, Carlos Aguirre, Damián Verdún, Santiago Vázquez, Seba Ibarra, Marcelo Stenta, Juancho Perone, Fernando Silva, todos ellos desde cercanías profundas en la manera de pensar la música, el lugar común, la condición de sujetos artísticos que buscan y son parte de esta prueba fiel del gran movimiento cultural que vive hoy el país, resultado de la maduración y decantación insoslayable de esta última década de reconstrucción latinoamericana.

Por eso también me encuentra militando desde estas herramientas en el Proyecto Cultural El Juntadero, anclado en barrio Alberdi, donde actores, poetas, cineastas, músicos y artistas plásticos le sacuden el polvo al lenguaje del arte y lo transforman en la punta de la lanza de la gran batalla cultural que necesitan dar nuestros pueblos para dar la puntada final a este proceso virtuoso que precisa de brazos que lo sostengan. Desde este proyecto hemos estado articulando en distintas actividades con la Facultad de Filosofía, Facultad de Artes, el Colegio Mayor Universitario, organizaciones barriales, clubes, escuelas y otros proyectos políticos culturales.

Tengo la claridad de que este momento que atraviesa mi carrera tiene que ver con este momento del contexto socio político cultural que estamos viviendo. No es una suerte solitaria que se funde en mi individualidad como principal motor. Es un momento que sabe que su principal virtud está en el encuentro, en el afuera más cercano, desde el amor y lo humano. Trabajar para seguir aportando a este proceso es fundamental para saber cuál es la sustancia sonora con la que aparecerán las próximas canciones, que espero estén a la altura de las circunstancias del paisaje sonoro que reclame las urgencias del latir colectivo.

 

2013

En esta idea de que existen verdades que se van tejiendo en el inconsciente colectivo, en los rebotes que va dejando cada experiencia de vida, uno no es más que una antena. El acto de crear, componer, es para mí poner en vidriera verdades que existen desde antes, para que pasen a la conciencia visible del movimiento cotidiano.

Este año, viajando mucho por el país, cruzando proyectos con distintos cantautores, arregladores, poetas, instrumentistas y artistas plásticos, pude darle una dimensión tangible a esta idea. La idea de que existen ríos subterráneos que van uniendo los procesos individuales cuando estos procesos son resultado, de una manera u otra, de una conexión verdadera con el contexto humano y el medio físico que requiere de un artista sensible, comprometido con lo que le sucede alrededor, desde el lugar más genuino que cada historia personal permita. Como prueba de esto resulta la grabación de un disco con Julián Venegas (Rosario), a un año de haber tocado por primera vez juntos, resultado de las coincidencias estéticas y humanas de dos historias que transcurren a centenares de kilómetros.

Participé del último disco de Jorge Fandermole y en ese cruce aparecieron puentes hacia otra generación fundamental de nuestro cancionero, para fortalecer las nociones de este tiempo en constante producción. También recorrí el país compartiendo con grandes artistas independientes que han sido una bocanada de aire fresco y prueba definitiva de que estamos viviendo uno de los momentos creativos culturales más importantes de estos últimos tiempos en la Argentina.

 

2012

En el vértigo que convoca este momento en la historia de la escena musical cordobesa, este año no se ha quedado fuera de la aceleración cultural y social que estamos atravesando.

Muchos interlocutores artísticos acompañan esta siembra en la fertilidad de este tiempo, siendo atravesados ineludiblemente en un envión tácito que suscribe el florecimiento de miles de proyectos.

He podido viajar mucho en este año, confirmando que este virtuoso empirismo cotidiano de la música tiene sus paralelismos en numerosos rincones del país. Los discos viajan, hacen mella en realidades distantes pero compartidas.

Felizmente y con este entusiasmo que con anterioridad fundamento, aparece «Luz de cerca», segundo disco de canciones propias en el que traté de retratar este paisaje al que abrazo. Un disco que significó muchos quiebres personales hacia afuera y adentro. La posibilidad de vivir plenamente de este sueño que andaba esperando.

Encima todo esto en sintonía de una explosión colectiva que contagia. Quizás uno de los mejores momentos de mi carrera y con la alegría de que quizás sea también el mejor momento de muchas suertes cercanas.

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