• Ives Romero
  • Ives Romero
  • Ives Romero

Ives Romero

2019

MMXIX

Manuel Rodríguez
Sergio Schmucler
“Compañeros del alma tan temprano”

% – Un montón de dispositivos de vida superpuestos, de errancias, colectivas y solitarias, en las que nos entretuvimos y nos entretejimos; haciéndonos el aguante, tanto como se pudo, sólo (¿?) para no abandonarnos del todo a la desazón y el desasosiego de lo que parecía que no se iba a terminar nunca.

Pequeñas magnitudes del amor desde donde maldecir, en silencio a veces y a los gritos otras, a los perversos en el filo de tantas mañanas y de tantas noches, ya sea preparando el mate o abriendo la tercera birra.

Vectores. Líneas de fuerza -como suelen decir- para arraigarnos, un poquito aunque sea, a la próxima mirada, al próximo silencio.

Módulos, terminales movedizas del afecto en las cuales permitirnos felizmente el descaro y la frescura, hasta para haber vuelto ridícula la presencia irrespetuosa de un reyezuelo facho y de su Lacri chupaculos, con nuestras Malas Lenguas, las mejores, por cierto.

# – El cuarto capítulo, y quieran los dioses que para siempre último, de una serie invivible y asfixiante. Una precuela -tantas veces vista- del hambre, la miseria, la falta de laburo, los pibes y las pibas sin vacunas, sin leche, sin sueños. Familias enteras, miles, despojadas de todo -hasta de lo invisible-, pugnándole el mendrugo del tacho de la calle a los perros sin dueño.

Y mientras tanto, los idiotizados por la tercera condena del tal Mario repitiendo, desde su alienación siempre inconclusa, los titulares sedantes del clarinete rojo y su malversación de almas. Pobreza cero… ¡Ésta! Resultados todos, sin metáfora posible, del matrimonio grotesco entre una diestra asesina y una siniestra servil.

& – Maulita… Perro mío que te lleva agosto y que te extraño como un perro.

{} – La constancia atemporal del sonido y de su doble, ese doppelganger amoroso que, pasando por alto las definiciones odiosas sobre lo que hacemos – música descompuesta apenas espontánea, improvisación marxista experimental, libre noise de la posverdad, arte de la hiancia espectral del no sé qué y algunas otras blablerías-, consiente nuestras mañas y nuestros ardides volviéndose maleable en los encuentros y un hueso duro en las sorderas. Hubo por fortuna muchos más de aquellos que de estas. Cayote y el Leim Ensamble, los dos proyectos en los que, desde hace ya muchos años, tengo metidas las patas y embarrado el corazón, han sostenido, de manera casi cotidiana, esta especie de soborno del deseo o de práctica caótica de la transformación; siempre más del lado del revés que del anverso, pero nunca tanto hacia adentro como hacia afuera de sí mismos.

% – Por supuesto que también nosotros y todos nuestros todos, festejando el amor y la plaza del 10.

{} – Y por estos días del ahora en que nos colman de abrazos y de augurios, te saludo nuevo año y te recibo; con mi esperanza intacta y mis oídos hambrientos y curiosos, claro, pero seguro también de que no quiero glifosato en la tierra ni cianuro en el agua y mucho más seguro aún de que Milagro y el resto de los compañeros, presos por razones políticas, tienen que estar libres. No me jodas. Ponete media pila.

 

 

2018

«Y era una escena del mundo, ahora, con terribles comedias…» Juan L. Ortiz.

2018, un recorte en el acontecimiento del tiempo en el que la presencia en negativo de las políticas de estado y la estafa cotidiana de la propaladora hipnótica y siempre edulcoradamente violenta del único mass media, quieren llevarnos a un terreno yermo (por supuesto de algún “ellos”) en el cual convencernos, esta vez siempre y otra vez y para siempre y otra vez… Que somos menos que la garrapata al acecho de su entorno.

Nosotros, mientras tanto y como de costumbre, continuamos el trabajo cotidiano de seguir construyendo el compromiso de conducir (ponele) nuestra existencia entre un comienzo y otro, y también entre cuantos plurales nos convoquen.

Nada de destinos aquí ni de cartas ya jugadas. No. Sólo sostener las redes con algunes otres, que por suerte no son pocos.

Es así que sería algo menos que ingenua la pretensión de que aquello que nos hilvana en ese punto, inevitablemente indiscernible, entre el sonido y el silencio -aunque sería hoy mejor decir entre el ruido y la furia (¡Gracias, estimado William!), permanezca inmune a la amenaza y al abuso de la inmundicia neoliberal que nos circunda.

Esta implicancia de nuestra fuente más profunda (no la música, ni el noise, ni ninguna de las otras jaulitas que estimulan nuestra sed de pertenencia), es lo que aflora sin contradicción posible en lo más evidente de nuestras superficies. Justamente por su procedencia: desde lo profundo de la superficie. Nunca al revés.

Oscuros y diáfanos. Roncos y cristalinos. Atonales y de los otros. Expectancias disímiles y heterogéneas, en las que ésa heterogeneidad, a veces común, otras no tanto, es la que ineluctablemente atraviesa los conciertos y nos ofrece a todes nuestro pequeño coto de libertades efímeras. Gigantescas, pobres, toscas y alegres libertades pasajeras, contoneándose a tan sólo unos pasitos de nuestro gran asombro y lindando siempre también con la medida de nuestros posibles ya gastados. A veces hasta con un tetra de más.

Que la sonrisa entonces, con la que nos volvemos a casa en medio de la noche, no nos confunda ni nos distraiga demasiado: la libertad no se improvisa.

 

2017

2:25 a.m. Unquillo. Córdoba. La postal persiste. El gato, los dibujos, las guitarras calladas y los libros. No sueño ni duermo. Permanezco sin tiempo en el borde mismo de la misma siempre sombra. En la opacidad inocente de lo que nos parece eterno. Es entonces desde ahí que digo escucho. Digo escucho el silencio en la noche que crece. O lo que es mejor pero no digo; escucho el balbuceo del nombre con el que el silencio se nombra. Es un nombre que se nombra. No hay silencio. Es la posibilidad. Es el mundo en donde el ruido se asoma. Pensarlo como nada es la desdicha. No hay silencio sin cuerpo. El silencio es un acto o es un fiasco. No importa si valiente o cobarde. Es un acto que se nombra. Allí se nombra, sólo en acto. Entonces el silencio. Como nombre. Como acto. Como acto del nombre y como nombre del acto. Y otra vez más y otra vez el silencio y lo que grita a la sazón estando el camello del otro lado de la aguja y de la oreja…. Mendrugos del día, restos, jirones, hilachas sonoras que nos cambian por un rato la dirección de las lecturas y las compañías del vino. Digo escucho y el presente pierde su ademán porque lo que suena hilvana lo que aún no sucede, lo que no deja de jamás suceder.

La ninfa huidiza sonríe nuestra falta de tino.

Digo escucho (de seguro no lo digo) y me advierto: La música no es otra cosa que compartir el silencio.

Ver más