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Franco Pellini

2019

2019 fue un ciclón, monstruo huracanado verde y más malo que el piji (lo sabrá algún norteño o persona cercana a quien les habla). En enero me propuse estar tranquilo, tomar menos responsabilidades y dedicarme a una sola cosa. Nada de eso funcionó.

Este año pensado en modo solista comenzó con una cantidad bíblica de dúos, tríos, ensambles y hasta una orquesta momentánea. Altos niveles de promiscuidad musical y sonora que derivaron en proyectos y proyectiles proyectables como el encuentro con Fede Ragessi para crear a los “Hijos de Distinta Madre”, con debut en las XXIII Jornadas Internacionales de Música Electroacústica y la grabación de nuestro primer disco entre el viento titulado “Agosto” .

Otra de esas cuestiones mágicas fue estar en el tiempo y lugar correcto para coordinar los 10 años de Experimentalia en el Centro Cultural España Córdoba. Desde este ciclo de música nueva y arte sonoro invitamos a artistes por medio de convocatoria abierta, e inclusive nos dimos el lujo de dar un premio a la producción artística. Tres días inolvidables y eclécticos de celebración ruidosa y experimental.

Año también de mi primer disco de música electroacústica en solitario, una invitación hermosa a formar parte del sello Viajero Inmóvil Ex]P[Rimental creado por ABC Trío y Felipe Surkan. Así nació Lavarropas, un compilado de trabajos electroacústicos de los últimos años donde se construyen espacios sonoros con citas, emulaciones, una ópera inconclusa, algún remix de obsesiones culturales y un lavarropas.

Llegando hacia finales del 2019, precisamente el 12 de octubre, fui parte de la fundación de una Institución Social que permite la creación de un vínculo entre dos miembros, que son conyuges, contando con el sustento de normas jurídicas para su ejecución, sus derechos y obligaciones más reconocido como matrimonio o celebración evasiva del macrismo. Maravillosamente dos semanas después y por motivos de público conocimiento celebramos nuevamente.

Difícil es pensar, inclusive recordar todo lo experienciado este año, pero hay algo que quisiera contar antes de finalizar este texto. Entre Experimentalia y Matrimonio hubo un momento especial (entre momentos especiales). Un viaje a Viena, un festival, dos docentes tutores, calles impronunciables, nuevos amigos pertenecientes a la matria de alguno de mis más piamonteses o sicilianos ancestros, una música que sonó a través de 72 parlantes en un espiral sonoro de una magia inacabable y un lunes.

Ese lunes era en mi mente el último día en Viena, pero estaba equivocado, miré mal la fecha de mi pasaje y partía al día siguiente. Sabía por haber consultado en una red social que los lunes en un bar llamado Celeste (si, así en español y claramente era un sótano de humedad y belleza inconcebible) existía el “Monday Night Improvisation”. Esa noche llegué a Celeste, bajé las escaleras entre graffitis y fumadores para consultar en la barra: “Can I play?”. Me remitieron a un muchacho, y luego a otro muchacho. De una nube de humo salió una respuesta de tono grave y displicente que no pude oír y no me atreví a repreguntar. Me senté con una cerveza tamaño sajón septentrional y me dediqué a disfrutar la música. De momento escucho: “Now, Franco from Argentina”, sin pensar salté muy feliz a la batería para compartir con un saxo que colgaba del señor de la voz grave y displicente y con una guitarra eléctrica colocada sobre los hombros de un noruego delgado.

Fue esta una de mis experiencias de improvisación más hermosas, cargadas y completas del año. Cuando terminamos, bajé del instrumento satisfecho y alguien me comentó: “Hey, your drumming is great!”

Al huracán verde lo picó el piji.

 

2018

Foto: Julia Quiroz.

Los taoístas solían decir que el propio ser es un “pedazo de tiempo sin esculpir” (Chung yuan, 1970). Leí esto en un libro que no me gustó demasiado, pero que me ayudó a pensar la libre improvisación de algunos modos en los que no había pensado antes. Considero que preguntarse qué es improvisar carece un poco de sentido pero como, de todos modos, el sentido se construye, puedo permitirme divagar con preguntas de respuesta silenciosa.

Entonces, ¿qué es improvisar? Pues ensayo en esta respuesta que es, efectivamente, un pedazo de tiempo/espacio sin esculpir, de una realidad dinámica en flujo constante, donde proceso y producto son una misma cosa. Una cosa que sólo hace sentido en el momento que sucede. Un sonar con otros con una fuerza efímera y por ello muy hermosa.

2018 comenzó así: improvisando en el viejo continente con dos músicos que me dejaron al borde de un abismo que no era desesperante, era más bien atractivo. Si mirabas bien había un espejo al fondo, reflejaba cosas que no había visto nunca. Así que ahí fui a buscar.

Luego vinieron Chile y México junto a LEIM Ensamble. Pudimos improvisar con otros entornos, otras voces. En Morelia nos recibió el CMMAS (Centro Mexicano para la Música y las Artes Sonoras), y eso también me sirvió para pensar una vez más en el desastre en que se ha convertido nuestro país en pleno atropello del neoliberalismo, pero ese es otro tema. O no.

Nos despedimos de la tierra azteca (o mexicas) pasando por “El comité de asuntos intangibles”, un lugar misterioso cuyo nombre no podía ser mejor para la experiencia de improvisar.

La segunda parte del año fue con otros y para otros. Me tocó coordinar el Noveno Ciclo de Música Nueva y Arte Sonoro “Experimentalia” en el Centro Cultural España Córdoba. Por el ciclo pasaron artistas que viven de la pregunta respecto a cómo experimentar con el sonido. Fue un encuentro maravilloso. Me gustaría nombrar a tod@s l@s participantes, pensando en ello, les dejo aquí un link para que visiten

Cerramos el año con el Encuentro de Improvisadores, una idea que nació del choque de cabezas de Federico Ragessi, Ives Romero, Basilio del Boca, Julio Catalano, Gustavo Alcaraz y yo. Y que revivió durante 2018 gracias al cariño y consejo de Julio Kaegi. Nos dimos el lujo de cubrir la Ciudad de las Artes con música construida colectivamente, sin disputas, sin jerarquías, sin partituras, sin competir. Nos tomamos dos días para esculpir el tiempo juntos, crear un ser de emoción, un acontecimiento devenido monumento de aire. Aquí les dejo una pequeña crónica del evento.

2018 tuvo estrenos en China, jornadas de ópera, improvisación con bailarines, talleres, conciertos, Living / Leaving, UMS n´JIP, muchísima música.

Abrazo fuerte a todas las personas geniales con las que hice música, y a otras que sumaron su amistad, espacios y ganas. El apoyo de Franco Boczkowski y La Nota Azul fue indispensable para todo lo realizado, Espacio Blick y la Plataforma Abierta de la Ramona contribuyeron fuerte a juntar improvisadores generando espacios nuevos, el Grupo de Composición Touka abrió puertas en pisos quintos, Máximo Endrek sostuvo firme su Living / Leaving, los Cayote Dúo sacudieron todo con sus panzadas dulces y Andrés Asia y Julio Kaegi renovaron conversaciones y deseos.

Dice el improvisador británico Charles C. Ford respecto a improvisar: “Cada participante escucha y contribuye a la formación de un sonido colectivo que está en un estado constante de convertirse en música, y este sonido-deviniendo-música, a su vez le indica a cada participante cómo seguir.” (Ford. 1995, pp. 103-112)

Creo que es a través de la música construida colectivamente que podremos entender cómo continuar, con qué seguir y cómo resistir.

Fair play, free play.

Juego limpio.

Juego libre.

 

2017

El año comenzó con un enorme caos político/laboral y con el fin de un proyecto musical -al menos para mí- en el cual llevaba casi toda mi vida artística en la ciudad de Córdoba.

Un espacio sonoro paralelo me dio la respuesta al aparente vacío, LEIM Ensamble, colectivo de libres improvisadores que fundamos con mi amigo y colega Federico Ragessi hace ya casi ocho años en el Laboratorio de Electroacústica e Informática Musical de la Facultad de Artes (UNC).

Un lugar para hacer música en el cual podía creer, sin líderes, descontentos y por sobre todo sin jerarquías.

La improvisación es un mundo en el que me gusta vivir. Un sitio donde las personas ponen el cuerpo por fuera y por dentro para convivir. Entre ellos, con el público, con el espacio, con el sonido/ruido de la calle, de un auditorio, de un bar o de cualquiera sea el lugar elegido para manifestarse.

La improvisación libre es muchas veces vista de reojo por las academias y por un buen número de músicos que la consideran un arte menor, y ensalzada por otros músicos y no músicos que muchas veces piensan que improvisar es hacer magia.

Bueno, pues, ni una cosa ni la otra. Por supuesto improvisar requiere del desarrollo de las capacidades intuitivas (intuición como grado más alto del conocimiento me repetiría un buen número de veces una querida profesora). Requiere también del gesto, de la respuesta física, del cuerpo y del otro. ¿Qué sería de las artes improvisativas sin el otro? Y no descontemos al gran otro, que también está presente junto a nuestros fantasmas.

Convivir, qué maravilla. Cuando improvisamos tenemos que saber proponer y escuchar propuestas, tenemos que dislocarnos, recibir la información que nos provee el otro y nuestro entorno sin parar un segundo (sin parar de ser receptivos por supuesto, es muy necesario parar de tocar en algún momento).

He decidido quedarme en “ese otro pequeño mundo”, aquel que según John Stevens, percusionista y trompetista británico, funciona al margen de los intereses económicos y políticos, sin jerarquías, sin autoridades, abandonando la idea de la competición y abrazando la idea de comunidad.

Ese mundo que durante 2017 acompañaron músicos increíbles como Gustavo Alcaraz, Federico Ragessi, Ives Romero, Basilio Del Boca, Julio Catalano, Gonzalo Biffarella, Andrés Asia, Julio Kaegi, César Alarcón, Máximo Endrek, Jorge Castro, César Bernal, Wade Matthews, Matías Romero, Rosalía Pérez y Marce Vicente, entre conciertos, charlas, festivales y jornadas que seguirán reconfigurándose para el próximo año.

¡Más improvisadores para el pueblo!

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