Paola Rimieri

Paola Rimieri

2018

Foto: Diego Linarez.

Un año especial y atípico para mí. Además de vertiginoso. A los pocos días de tener en papel “Tentación y tempestad”, mi primera novela publicada por Tinta Libre ediciones, comencé un trayecto veloz hacia el mundo de la lectura y la literatura, hoy.

Mucho había imaginado presentaciones formales de mi novela, charlas con algunos pocos conocedores de géneros y estilos, eruditos de autores y temáticas. Ese imaginario que traía configurado fue el que me limitó tantos años, me alimentó el autoprejuicio de escribir “cosas importantes” con el afán de cambiar el mundo.

Haber decidido escribir una novela romántica, contemporánea, en la que una mujer madura se enamora de un actor, con el que interactúa en las redes sociales me llenaba de dudas y cuestionamientos. El eje de mi historia, las relaciones en tiempos de redes sociales, la virtualidad y el agobio femenino por las presiones domésticas, pronto me permitieron darme cuenta de que la historia de Valeria y el fabuloso Nickie Challenge era una excusa para entender el éxito de las novelas denominadas (incluso despectivamente por la crítica) como chic lit.

El primer gran descubrimiento de mi 2018 fue que a mucha gente le incomoda el éxito del género romántico – “femenino”. Desde libreros que señalan vender una literatura “culta” y “esta”, hasta lectoras que temen reconocer que les gusta comprarse un libro de amor y sexo.

Pero el segundo hallazgo, y más enriquecedor para mí, fue el encontrarme con una extensa red de personas lectoras, amantes de la literatura (pero amantes en serio), que se congregan en las redes para seguir y leer a autores conocidos, no tanto y nada conocidos (como yo).

Las redes de lectoras (utilizaré el femenino porque es el género predominante) nacieron en Facebook, pero también comenzaron a incursionar en Instagram, y culminan concretando lo que se hubiera llamado antes “clubes de lectoras”.

Además de la inmensa acción de leer cantidades exorbitantes de libros por año (algunas incluso organizadas en #Challenge de diferentes plataformas, o sus desafíos de lectura personales) se encuentran regularmente en diferentes instancias entre lectoras, o bien, en desayunos o meriendas con escritores.

En este último tipo de eventos es donde encontré el vértigo y la velocidad de mi 2018. Asistí a diferentes Ferias del Libro: Buenos Aires, Córdoba, Río Cuarto y Carlos Paz. También me invitaron a Maratones de lectura, organicé mi propia presentación de “Tentación y tempestad” en muchísmos lugares y bibliotecas.

Pero -y esto es lo que pude disfrutar – “el momento” para el autor que desee ser leído hoy, es el encuentro descontracturado con las lectoras, café de por medio.

Mi 2018 implicó, en mi comienzo como autora, descubrir espacios y conocer la manera de llegar a las lectoras.

Mi objetivo, desde el primer día en que decidí escribir para publicar, es que me lean.Que lean mis textos, que amen u odien a mis personajes, que decidan si me seguirán leyendo en el futuro porque les gusta mi estilo, que disfruten mis letras.

La única manera para que eso suceda, es que las historias estén al alcance de las lectoras. Y eso, hoy, para un autor mínimo frente a las grandes editoriales, sólo lo pueden dar las redes y el trabajo desinteresado y enorme de las administradoras y participantes de los grupos de lectores en redes. No me alcanzan los agradecimientos para las lectoras que recomiendan y critican mi novela, las que me envían un mensaje y me piden que Valeria se despabile e insisten que aman a Nickie. Solamente eso es posible, porque existen las redes. Porque las distancias se acortaron y porque, el autor hoy no puede seguir aislado con sus letras en su “torre de marfil”.

Así que, no sólo se trata de Nickie y de Valeria, y el azar que los unió en las redes. En mi caso, las redes fueron la excusa para que mi novela (y la que sale en unos días en papel y en ebook) pudieran formar parte de la enorme cultura en la que se acomoda el chic lit, sí, la literatura para chicas.

Amé mi 2018. Agradezco a cada una de las personas que me tendieron su mano, desinteresadamente y con muchísimo respeto, en su inmensa mayoría mujeres, para poder mostrar mi pequeño aporte como escritora. 
Amé también comprobar que, a pesar de lo que a veces creemos, el mundo de las redes acerca mucho más las letras a quienes desean leer. Pienso en mi época de estudiante secundaria, recuerdo que en mi curso, éramos escasamente dos o tres lectores que nos escondíamos de los que nos decían tragas. Los grupos, permiten que se visibilicen prácticas sociales que antes eran individuales y ocultas, y que el encontrarse con otros amantes de la actividad, sin distancias ni distinciones (que en la realidad nos separarían) incluso arenguen y estimulen a la lectura.

Amé acreditar que un libro que se vende, se transforma en al menos cinco lectores ya que se los intercambian, se los prestan, comparten visiones por Whatsapp, buscan imágenes en Pinterest para ilustrar las historias… ¡Es fantástico! El sueño de todo autor, de lograr y patentizar el feedback emisor-receptor es, finalmente posible.

Por lo tanto, mi humilde conclusión es que, entre los mil demonios que nos presentan los agoreros sobre las redes (¿acaso la realidad es más benévola que la virtualidad?), las redes son eso: una red enorme que acumula y acerca. Está en cada uno de nosotros hacer del mundo un lugar mejor, el virtual y el real.

 

2017

El cierre del año fue en lo personal el momento de recoger mi primer fruto como escritora.

Escribo “como escritora” y me da pavor pensar que puedo estar usando esa palabra para autodefinirme. Pero sí. Desde que tuve en mis manos mi primera novela editada, debo decir que una más de mis designaciones profesionales puede ser escritora.

Sin embargo, el nombre me queda enorme. ¿Cuándo una, que ostenta el arte de escribir, puede decir que es escritora? Pienso y recuerdo que mi señorita Chela, de 2° grado, me dijo un día: “Vos vas a ser escritora”. Pasaron casi 30 años de esa sentencia, hasta que me puse a mí misma ese mote.

Siempre coqueteé con las letras. Siempre, como lectora hambrienta, como estudiante, como docente. Siempre escribí. Cualquier cosa, cosas elevadas, cosas sencillas, textos enredados, guiones, cartas, correos electrónicos, recetas. Siempre escribiendo.

Escribir, para las mujeres, nunca ha sido fácil. No quiero caer en un cliché, pero es así. El mundo de las letras es un mundo de hombres. Y ahí, inmersa, siempre escribí como hombre miles de textos, algunos se “utilizaron” con fines claros, los literarios, que quedaron en el anonimato.

En ese camino como lectora de lo establecido, también defenestré a muchas escritoras mujeres. Por cursis, por simples, por descriptivas.

Y como docente, un día, una alumna me dijo: “Profe, ¿usted elije siempre cosas de mujeres para leer a propósito?” Ese fue el momento en el que reparé en la veracidad de esa observación. Mujeres que, a lo largo de la historia y el mundo, escribieron y escriben, resistiendo un mundo para hombres.

En el medio de esa revelación cambié mi manera de mirar la nueva literatura de mujeres y me dieron ganas de comenzar a escribir así. De imaginar una historia de amor, en la que un bello hombre casi de otro mundo y una simple mortal se enamoran, hacen increscer sus deseos enviándose textos epistolares (hoy por  Twitter y por Whatsapp) y ella, debe sortearse entre el trabajo, ser mamá, seguir siendo linda, debatir si ser infiel la llevará directo al infierno, sentir o ser, ser o sobrevivir día tras día a un trabajo que la agobia y un sistema que la aburrió.

Y mientras imaginaba, debí seguir trabajando todo el día, dejando de escribir para jugar con mis hijos y ayudarlos con la tarea, ir a una clase de zumba a ver si bajo un kilo (que no bajo).

En medio de esa vorágine de vida, fui inmensamente feliz escribiendo una historia que fue un viaje para mí. Sin la pretensión que tenía hace muchos años de trascender en la literatura escribiendo una obra disruptiva del orden literario actual, sino escribiendo cada día, desde las 4 AM (para estar en silencio en casa) una historia que me hizo sumamente feliz durante más de 13 meses. Un relato simple, cursi y descriptivo que cuenta una historia de una mujer común.

Soy muy nueva en este mundo de las letras para poder decir en qué condiciones está la cosa. Me siento enamorada de este momento que actualmente vivo y, mientras escribo una nueva historia, siento que es muy difícil que a las escritoras mujeres las lean sin prejuicios. Incluso, los míos propios.

Lo poco que percibo es que solamente con tenacidad y con una red de mujeres que desinteresadamente me están ayudando con la difusión, con la publicidad, se hace posible una edición para una autora novel.

Sorpresas inmensas me da el hecho de que día tras día son mujeres, incluso algunas que hace muchos años no frecuento, las que me contactan y me dicen “¿En qué te ayudo?”. Y me ayudan.  Mujeres que sin haber leído aún la novela me dan su apoyo. Eso habla de que la cultura, desde las mujeres (como todo lo que hacemos), es un camino de unión y de resistencia.

Resistencia al prejuicio.

Como le sucedió a un editor con el que no logré editar mi historia, al que el prejuicio le tapó los ojos y a mí me llenó de energía cuando me dijo: “Creo que está buena, pero no la voy a editar por dos motivos. Uno, siento que va a ser una obra que aspira a vender mucho y no es nuestro estilo. Y otro, es muy de minas.”

Profundamente agradecida.

Paola Rimieri – Escritora – Licenciada en Comunicación Social.