César Pucheta

César Pucheta

2020

Pese a todas las pálidas con las que te quieran sopapear, el 2020 tiene que ser recordado como un año de descubrimientos. Como el tiempo en el que se le corrió el velo a lo mejor y lo peor de las personas. El año en que fuimos simplemente humanos. Sin juzgar suena mejor. Al serlo, encerrades en nuestras casas, lidiando con nuestras propias soledades nos redescubrimos y salimos para adelante como pudimos. Con los seres queridos lejos, con el recuerdo de los que quedaron en el camino y con los cuidados que cada uno pudo tomar. Ya dije, como pudimos, haciéndolo de la mejor manera posible. No perfecto, sólo a la medida de nuestras posibilidades.

Descubrimos que teníamos un montón de elementos al alcance de la mano para romper las distancias y las velocidades que imponen las dinámicas sociales modernas. Le instalamos el zoom a la vieja y le bajamos la colección completa de las pelis de Chuck Norris al viejo. Cuando terminó, pidió las de Van Damme. Bueno, también estaban.

Lo mejor de todo es que en esa inquietud inquieta andaban también les artistas, que empezaron con un bombardeo insoportable de vivos de dudosa calidad vía Instagram y terminaron, meses más tarde, despachándose con puestas super complejas y musicales hiper trabajados vía streaming. Nos aburrimos al principio, nos maravillamos después. Siempre extrañamos el roce, el coro colectivo, el pucho compartido al final de cada show.

Vamos a seguir extrañando los escenarios que ya no estarán, pero vamos a conseguir otros, porque habrá que ponerle un macro arquitectónico a lo mejor que pasó en medio de la pandemia: las canciones. Algunas ya estaban, otras muchas salieron y cientos de miles se están cocinando en el diálogo entre la cabeza y el corazón a través del cual cada artista busca la simbiosis justa para lanzar una nueva obra al mundo.

“Muchos todavía no sabemos cómo ponerle palabras y expresión a todo lo que pasó durante estos meses”, me dijo un artista (de esos que le saben poner palabras y expresión a todas las cosas) cuando el 2021 se desperezaba. Hay como un “efecto olla a presión” que cuando estalle va a generar algo que hace décadas no vivimos. Esa es la sensación que se vive en cada mini concierto, en cada nuevo encuentro, en cada actuación protocolizada.

No enseñaron a amasar, a hacer jueguitos con el papel higiénico, a coser barbijos y a mezclar el alcohol con agua (en un lugar que no fuese un vaso). Nos duele más la cintura, tuvimos que cambiar de taza porque nunca volvimos a la oficina a buscar nuestra preferida y el supervisor del área se parece cada vez más al gato. Nada de lo que era prometió seguir siendo. Y mientras nos acostumbrábamos a que nuestras charlas se convirtieran en un eterno loop de cuestiones antes y después de la pandemia, nos dimos cuenta de que las canciones eran la única constante para seguir demostrando que algo parecido a la pulsión de vida podía seguir marcando nuestro andar cotidiano.

Los lanzamientos fueron miles y si bien los singles parecen haberle ganado definitivamente la pulseada al viejo y querido larga duración, el disco sigue resistiendo y enamorando. Hay materiales de altísima calidad y portadores de una sensibilidad que ilusiona. En Spotify anda dando vueltas una lista de canciones que fueron producidas en la Córdoba del 2020. La hizo Juan Manuel Pairone, el Pai, que durante todo el año fue trabajando a la par de sus compañeres del suplemento VOS y nucleando todos los lanzamientos que se iban sucediendo mes a mes. Hay miles de otras cosas, somos muches quienes vamos aportando, como podemos, a esa producción y reproducción colectiva.

Este anuario es ya un clásico, ejemplo de la existencia de “eso” a lo que hago referencia. Pero esa lista es una prueba cabal de que no todo fue la nada, la quietud y el encierro. Y eso que la lista apenas recoge lo producido en nuestra provincia. Imaginate si armamos una con todo lo que pasó en el país. Contemplá variables y pensá cuánta música podríamos llegar a encontrar si nos dedicáramos a escuchar y a analizar todo lo que pasó en este 2020, que muchos te van a querer vender como “el año de la parálisis”. No, mi vieji. Deciles que están equivocados.

Deciles que lo malo que pasó va a cimentar la base para todo lo bueno que está por venir. No. Mejor deciles que hay cosas malas que pasaron a la par de otras que estuvieron buenísimas y que se suceden cosas muy grosas que auguran un futuro tremendo. Que saquen del medio. Y deciles que en esa andamos, como dicen lo Hipno, para gozárnosla el tiempo que nos queda.

 

2017

¡Sacala a bailar!

Se puede evaluar un año tomando como referencia tan sólo a algunas de las 8760 horas que lo conforman. Verán que no pregunto. Estoy afirmando una teoría que se completa teniendo en cuenta que todo análisis que se concentra en un eje específico debe -necesariamente- tener en cuenta los contextos en los que se encuentra inmerso. Y allí está todo lo demás. Eso que nos enoja, nos entristece y nos intenta dejar sin esperanzas.

El hecho que me propongo a destacar como nicho de enriquecimiento espiritual tuvo lugar durante cerca de 15 horas el domingo 19 de noviembre en el Castillo del Jockey Club de Córdoba. El Festival La Nueva Generación reunió a un puñado de artistas emergentes que mantuvieron viva la llama unificadora de músicos, públicos y hacedores culturales en un tiempo en el que el desarme y el fortalecimiento de las distancias se impusieron como constante. Allí el hecho social, el político, el generacional que se impone como sustento de todo lo demás.

Artísticamente, el juego de oposiciones da lugar a la aparición de esas impresiones que tienen que ver con las resistencias de siempre. Algunos pueden entenderlo, otros pueden patalear exigiendo un “compromiso” mucho más arraigado a otros tiempos históricos y otras dinámicas sociales y discursivas. Lo que sucedió a lo largo de ese caluroso domingo cordobés no fue otra cosa que la manifestación masiva de algo que se estaba cocinando desde hace años. Una especie de pequeña revolución que, sumada a otras, generarán los cambios estructurales que marcarán el pulso de las generaciones por venir.

Al salir de aquella maratón musical, escribí que sentía la seguridad de haber presenciado el nacimiento definitivo de “una nueva etapa marcada por una renovación que viene a reivindicar definitivamente algunos puntos que siempre estuvieron en tensión en los más de cincuenta años de un género que se entiende como movimiento. La veintena de bandas que se reunieron el domingo en Córdoba retoman conceptos que histórica y equivocadamente fueron presentados como antagónicos para resignificarlos con maestría. Allí la elegancia pop, el baile como pulsión vivaz, el virtuosismo, el desapego a la corrección y la vuelta a la canción”.

Hubo tiempos en que fue necesario romper, trazar líneas divisorias claras y jugar al enfrentamiento. La identidad se construía a partir de ese movimiento, un instintivo gesto de nacer. Hoy, cuando la estrategia de la fragmentación se impone desde quienes creen tener la potestad para definir el destino de las cosas, el instinto de vida se impone desde el abrazo. Cree el escriba que hay allí otro acto rayano a lo revolucionario por estos tiempos. Después de todo, trazar nuestros propios mapas para tender nuestros propios puentes es lo que siempre quisimos hacer. Un mundo en el que quepamos todos, nos propongamos ser consientes pero felices y, anclados en esa nueva emoción nuestra, bailemos.

A pesar de todo.

 

2016

Llorar, después.

Vamos a las redes. Nos miremos en ese espejo en el que todos escupen sus impresiones con una sinceridad tan brutal como poco auténtica. El 2016 ha sido un año de mierda, dicen. A los sentimientos sobre los vaivenes políticos de nuestro país y nuestra provincia se le sumaron este año la partida de un puñado de referente culturales que han marcado a generaciones enteras a partir de su obra y su accionar en el universo. ¿Duele? Puede ser. ¿Sorprende? Permítanme discutir. Dos nombres, al azar y no tanto: Bowie y Prince. No tan viejos, pero tampoco tan jóvenes. Hombres que ocupan su sitial en la historia mundial por su actitud en una zona de revoluciones permanentes. Visionarios, accionistas de horizontes, gestores de futuro. Lamentamos sus partidas, pero estaría bueno acotar el lagrimeo y transformarlo en eso que justifica la tristeza del momento, con anclaje en emociones anteriores. En síntesis, hay que seguir. Y seguir, y seguir.

El trabajo que se plasma en este informe da cuenta de que el futuro está acá nomás. Podríamos despojarnos de fetiches y salir a buscarlo. “Lo que está y no se usa nos fulminará.” Siempre tendremos la posibilidad de verlo pasar. Pero podríamos imaginar un mundo de sensaciones si decidimos abrazarlo. Los cientos de hacedores culturales que marcan el pulso de la generación a la que nos toca protagonizar los tiempos que transitamos estamos predestinados a ver morir a ídolos y a convivir con la ausencia de íconos vivos. Quedan algunos. Nos corresponde vivir y reinventar el mundo que nos ha correspondido por el azar de la existencia. Las cosas son así. Podemos renegar de ello o aprovecharlo para crecer. Si todo ha sido tan apocalíptico como nos gusta presentarlo en nuestros espasmos de opinión, celebrar que duramos y no ardemos tal vez sea la mejor opción.

Es atractiva la nostalgia. Al escriba le gusta, y la ha exaltado de modo dañino en líneas anteriores. Pero paraliza. Eso la hace atractiva para los dos bandos que la suelen utilizar. La grieta entre quienes acuden a ella por el confort de la felicidad predigerida y quienes suelen ponerla a disposición del mundo para impedir la atención sobre los brotes que incomodan las estructuras que nos llevaron a donde estamos. Que, según dicen, es una mierda. ¿Qué hacemos entonces? Observemos el mundo que nos interpela desde ese lugar tan inmediatamente cercano y nos adentremos en él para repensarnos de modo constante. En tiempo real. En el continuo de nuestra existencia y no en las existencias que otros nos contaron, desde perspectivas que, por temporal, nos son  ajenas, por más que estemos cruzados por ellas. Los caminos que parece que nos hemos acostumbrado a andar exigen que nos animemos a embarrarnos un poco más y nos alejemos un poco de la cabina del comentario que observa el campo desde arriba. Hay cientos de miles de artistas escribiendo su historia diseminados por todo el mundo. Miles en nuestra provincia, cientos en la ciudad. Así se van conformando las culturas y se van construyendo los futuros que, luego, estaremos en condiciones de llorar.

César Martín Pucheta. Periodista de Radio Nacional Córdoba – Cofundador de Otra Canción.